Edificios gigantescos, sombríos y amenazadores, juegos de geometrías repetitivas y aristadas, volúmenes masivos y herméticos, y hormigón, hormigón visto por todas partes. Con estos mimbres no se puede decir que el brutalismo sea un estilo asequible ni hermoso, pero la belleza tiene muchos matices.
Tras el festival luminoso, mediterráneo y ampuloso que supuso el modernismo en buena parte de España, el racionalismo marcó el camino hacia una arquitectura limpia, desnuda y eficiente. La arquitectura ya no necesita ornato: la pureza, honestidad y funcionalidad es la nueva belleza.
El brutalismo parte de la herencia racionalista, pero pone el foco en ofrecer los materiales en bruto hasta alcanzar una suerte de expresionismo matérico y rotundo. A continuación, desgranamos este singular estilo recorriendo lo mejor de la arquitectura brutalista en España.
Arquitectura brutalista en Madrid
Madrid es como un libro abierto de arquitectura que ofrece un sinfín de estilos desde los edificios castizos de los Austrias hasta las últimas y más singulares tendencias. Y en la capital tampoco falta un capítulo dedicado a la arquitectura brutalista encabezado por las Torres Blancas, uno de los edificios madrileños que más interés internacional despierta.
Algo similar sucede con el controvertido Instituto de Patrimonio Cultural de Higueras que ha pasado de ser una ‘corona de espinas’ a un representante de la más insólita arquitectura de la segunda mitad del siglo XX en Madrid. Higueras y Valverde también diseñaron el edificio Princesa que suaviza su hormigón visto con sus jardines verticales y terrazas vegetales.
Pero para criticada, la Torre de Valencia de la calle O’Donnell diseñada por Javier Carvajal en 1970: sin duda, uno de los edificios más ‘brutales’ de la capital por su carácter hermético y áspero que bien podría haber aparecido como escenario en alguna distopía cinematográfica.
Pero el brutalismo no solo estuvo presente en edificios públicos o residenciales, también llegó a la arquitectura religiosa de la mano de Miguel Fisac en la iglesia de Santa Ana y la Esperanza en Moratalaz o Nuestra Señora del Rosario de Filipinas de Cecilio Sánchez-Robles Tarín que, con su imponente fachada, marca un punto culminante del brutalismo madrileño.
Arquitectura brutalista en Barcelona
En un lugar tan asociado a la luz mediterránea y la exuberancia modernista, el brutalismo supone un giro radical hacia una estética áspera, sombría e industrial. Ricardo Bofill brutaliza Barcelona desde su base de operaciones en La Fábrica: una antigua fábrica de cemento marcado por “el surrealismo de espacios extraños y desproporcionados, la abstracción de volúmenes puros y el tratamiento abrupto y escultórico de los materiales”, tal y como señalaba el propio arquitecto.
Desde su refugio en la fábrica, el “universo cerrado” donde el arquitecto tenía la impresión de “vivir en el mismo entorno qué originó la Revolución Industrial de Cataluña”, diseñó otro de los edificios más singulares de Barcelona: Walden 7.
Habitual de las listas de los edificios ‘más feos’ de España, esta construcción es, no obstante, un icono de la arquitectura brutalista gracias a su fachada diseñada cual fortaleza futurista y su laberíntico interior de luces y sombras.
A la labor brutalista de Ricardo Bofill habría que añadir la Torre Colón de Josep Ribas González y su emblemático cuerpo de remate de planta hexagonal que diverge con el cuerpo principal, el rascacielos tumbado de Manuel de Solà-Morales y Rafael Moneo en L’illa Diagonal o el Hospital de Barcelona —antiguo Hotel Hilton— que destaca por los juegos geométricos de su fachada.
Arquitectura brutalista en Zaragoza
De Barcelona nos vamos a Zaragoza para conocer uno de los complejos industriales más representativos del brutalismo español. Se trata del antiguo complejo de Pikolin en el polígono El Portazgo de la carretera de Logroño.
Con una superficie de más de 180.000 metros cuadrados, el recinto está dominado por la torre Pikolin de planta hexagonal y diversos edificios de geometrías expresivas y de hormigón visto en el que se mantienen las marcas de los encofrados transfiriendo un marcado carácter industrial. Tras la inauguración de las nuevas instalaciones del Grupo Pikolin, parte del antiguo recinto industrial se ha transformado en un outlet comercial.
No dejamos Zaragoza porque la ciudad cuenta con una interesante muestra de pionero brutalismo aplicado a la arquitectura religiosa. Se trata de la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Carmen. Obra diseñada por José Romero Aguirre a principios de la década de los 60, destacan las fachadas de hormigón en crudo que crea tramas geométricas expresivas.
El mismo arquitecto también es responsable del edificio de la Cooperativa de viviendas de Nuestra Señora de Belén en 1970 marcado por su contundencia volumétrica combinando el habitual hormigón visto con singulares persianas correderas de madera enrasadas en el exterior de las terrazas.
Otros brutalismos en España
Convertido en icono del brutalismo, el abandonado (y en venta) Hotel Claridge diseñado por Roberto Puig Álvarez cerca de Alarcón está hecho íntegramente de hormigón armado inspirado como tantos otros por los experimentos de Le Corbusier. Fue concebido como área de descanso de viajeros que hacían el trayecto entre Madrid y Valencia por la Nacional III. La inauguración del tramo de la A-3 significó el precipitado fin de este hotel que quedó abandonada a finales de los 90.
Nos vamos ahora al norte donde el brutalismo parece que se integra de forma más fluida con el paisaje aristado y plomizo tal y como sucede en la fascinante central hidroeléctrica de Proaza erigida por Joaquín Vaquero Palacios a mediados de la década de los 60 para Hidroeléctrica del Cantábrico. Como si las aristas de las montañas se prolongasen en los edificios, la Central de Proaza combina la arquitectura escultórica de su exterior con la abstracción pictórica y geométrica en su interior: un edificio imperdible.
Menos radical y autoral pero igualmente brutalista es el edificio de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de A Coruña de Rodolfo Ucha Donate, Juan Castañón y José María Laguna en el que la sucesión de galerías acristaladas alivia la sensación de rotundidad de la mole de hormigón visto que juega también con los entrantes y salientes a nivel estructural.
Y terminamos nuestra ruta brutalista en Alicante con un edificio que representa el ocaso del brutalismo como estilo dominante en la década de los 70. Pese a que en la Pirámide de Alfonso Navarro ya no domina el hormigón visto, sus gigantescas proporciones en relación al entorno y sus juegos de geometrías y aristas mantienen vivo el espíritu brutalista. Denostado por muchos, se mantiene como un singular icono del desarrollismo arquitectónico levantino.
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