Señalada como una de las primeras organizaciones feministas de la historia, las beguinas encarnaron un modo de vida alternativo en la Edad Media. Siguiendo los preceptos cristianos, pero rechazando la jerarquía eclesiástica, estas mujeres se organizaron en diversos beguinajes que tenían por objetivo ayudar a los más necesitados viviendo de forma autónoma. Las beguinas tuvieron así un decisivo papel asistencial y gozaron de gran consideración en la sociedad medieval a pesar de sus problemas con la Iglesia. Esta es su historia.
El origen de las beguinas
Desde que la Iglesia católica comenzó a dominar la sociedad europea altomedieval, diversos grupos sociales, más o menos organizados, trataron, sin mucha suerte, de escapar de sus poderosas influencias.
La mayoría fueron considerados heréticos y rápidamente desarticulados pero las ideas que fundamentaban estos movimientos permanecieron: rechazo de la autoridad eclesiástica y su corrupción, defensa de los valores cristianos originales y apuesta por el ascetismo, la contemplación y las labores asistenciales. Fue en este contexto cuando comenzaron a surgir los primeros beguinajes.
Aunque a lo largo del siglo XII el movimiento se expandió rápidamente desde Bélgica, Países Bajos y Alemania por buena parte de la Europa cristiana, aún existen dudas entre los historiadores sobre el establecimiento del primer beguinaje de la historia.
Según la hipótesis más aceptada, el nombre derivaría de Lambert le Bègue, un sacerdote de Lieja que habría fundado el primer beguinaje en la segunda mitad del siglo XII en Lieja. Otras teorías retrasan su origen al siglo VII cuando Santa Begge habría fundado la comunidad. Otras versiones afirman que el término beguina derivaría sencillamente de ‘beggen’ que significa ‘rezar’ o ‘pedir’ en alemán antiguo.
De cualquier forma, es un hecho que, a lo largo del siglo XII, el movimiento de las beguinas está plenamente establecido en Europa Central y comienza a extenderse por el resto del continente.
Beguinas, un movimiento cristiano alternativo
¿Y qué propugnaban las beguinas? ¿Por qué se erigieron en un ejemplo para sus conciudadanos y por qué se convirtieron en una amenaza para la Iglesia? La diferencia principal de este movimiento con cualquier otra asociación cristiana medieval que actuase bajo la protección de la Iglesia es que las beguinas no se sometían a una regla común ni a una orden general. Eran espirituales, pero no religiosas en sentido estricto. No eran monjas. De forma que podían abandonar el beguinaje en el momento en el que lo deseasen.
Su organización tampoco era jerárquica. Según los historiadores, buena parte de estas asociaciones contaban con una supervisora conocida como ‘Grande Dame’ que era elegida de forma democrática entre las mujeres de la comunidad. Realizaba su función por un tiempo limitado y solía contar con la ayuda de un consejo.
Pese a que vivían ‘al margen’ de la sociedad —sus casas, a menudo sufragadas por las clases privilegiadas, debían estar extramuros— gozaron de gran consideración por parte de sus vecinos dadas las actividades que realizaban por el bien de la comunidad.
Se ocupaban de los más desfavorecidos con especial atención a niñas abandonadas, prostitutas o mujeres que habían dado a luz fuera del matrimonio. Pero también se ocupaban de enfermos, como leprosos. En muchos casos, añadían a esta función de acogida una labor educativa.
Tal vez por ello, buena parte de la comunidad apreció a las beguinas y fomentó su estancia en las ciudades. De alguna manera, se ocupaba de ‘problemas’ que otros colectivos no podían —o no querían— abordar por lo que se las apoyó desde la nobleza o incluso desde la propia iglesia.
¿Y qué hacían las beguinas en su ‘tiempo libre’? Otro factor importante que enraizó este movimiento en muchas ciudades fue el hecho de que se trataba de un colectivo autosuficiente. Tenían talleres en los que fabricaban vestimentas y otros productos de primera necesidad. Además, buena parte de estas mujeres mostraron interés por actividades intelectuales destacando como escritoras. Y es en este punto donde, tal vez, comienzan los problemas directos con la Iglesia católica.
Hadewijch de Amberes, poetisa y escritora mística del siglo XIII, Matilde Magdeburgo, también del siglo XIII o Margarita Porete, del XIV, son algunos ejemplos de escritoras e intelectuales formadas en un beguinaje que tuvieron enfrentamientos con la Iglesia. Magdeburgo tuvo que refugiarse en un convento huyendo de las persecuciones religiosas. Peor suerte corrió Porete, autora de El espejo de las almas simples, que murió en la hoguera en 1310.
Decadencia y reivindicación de las beguinas
La muerte de Margarita Porete marcó un punto de inflexión en la relación entre la Iglesia y el movimiento de las beguinas que, hasta ese momento, había sido relativamente productivo. En un contexto en el que la Iglesia católica pretendía afianzar su poder frente a movimientos alternativos —como fue también el de los templarios—, se estableció la pena de excomunión en 1317 tras el Congreso de Tarragona para todas las beguinas que vivieran en comunidad.
Durante las décadas posteriores, la Iglesia trató por diversos medios de que las beguinas se integraran en órdenes religiosas como el caso de las carmelitas, incluso llegando a expropiar sus bienes. El objetivo, como con el resto de movimientos cristianos alternativos —como el caso de los begardos, una suerte de movimiento masculino similar a las beguinas— era controlar y someter a la autoridad papal todos los colectivos evitando mensajes poco ‘ortodoxos’.
Con el paso del tiempo, los colectivos de beguinas fueron reduciéndose, aunque algunos sobrevivieron como los de Brujas, Gante y otras ciudades flamencas. Finalmente, en 2013 falleció la conocida como última beguina del mundo, la hermana Marcella Pattyn, la última superviviente del beguinaje de Kortrijk en Bélgica.
Pero los cambios sociales que estamos viviendo en los últimos años han supuesto una relectura del movimiento de las beguinas desde una óptica feminista además de un reconocimiento por parte de organizaciones como la Unesco que declaró el propio Beaterio de Brujas como Patrimonio de la Humanidad. Una recuperación de un legado que pone de actualidad uno de los movimientos más singulares de la Edad Media europea.
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