Lejos del nervio y la urgencia de otras capitales europeas, Berna es una ciudad pacífica y serena. Fundada en el siglo XII por la dinastía alemana Zähringer que la dotó de ese aire elegante y reservado que aún luce hoy en día, sufrió un devastador incendio a principios del siglo XV que obligó los berneses a reconstruir buena parte de la ciudad. Pero lo hicieron con tal grado de delicadeza que la restaurada Ciudad Vieja de Berna, declarada Patrimonio Mundial por la Unesco, es uno de los cascos históricos más deslumbrantes de Europa.
Una vuelta por la Ciudad Vieja de Berna
Con apenas 140.000 habitantes, en Berna no sentirás el fragor de otras capitales continentales. Lo que encontrarás aquí será una ciudad limpia, discreta y con un punto de melancolía. Porque las calles de la Ciudad Vieja de Berna, con sus edificios bajos y lustrosos, con sus calles adoquinadas y sus seis kilómetros de arcadas nos transportan a otra época, un tiempo de silencio y paz. Solo hay que situarse en el centro de Kramgasse y observar el Zytgloggeturm para comprobar que esta ciudad es de cuento.
Nuestra primera parada en esta ruta por la Ciudad Vieja de Berna debe ser la torre del reloj, uno de las postales más típicas de la capital suiza y uno de los pocos testimonios de aquella vieja Berna fundada a finales del siglo XII. En realidad, Zytgloggeturm suma dos relojes: el viejo reloj medieval superior y un precioso astrolabio en la parte inferior de la torre sobre el arco que conduce al cruce entre Markgasse, Kornhausplatz y Theaterplatz.
Nosotros seguimos caminando por Markgasse para después ir hacia el sur para llegar a Bärenplatz donde se organiza uno de los mercados de Berna: seguro aquí encontrarás alguno de esos legendarios quesos suizos, además de otras delicatessen. Esta plaza conecta con Bundesplatz, uno de los centros neurálgicos de la ciudad dominado por el Palacio Federal, sede central del gobierno suizo.
Regresamos ahora hacia el este para volver a la parte más antigua de Berna y visitar la Catedral. De camino observamos algunas de las famosas fuentes de la ciudad, como la del Ogro que come niños en Kornhausplatz, muy cerca de la Torre del Reloj: una insólita figura que lleva casi 500 años inquietando a los niños berneses.
Llegamos ya a la Catedral, el edificio más importante de finales del gótico en Suiza, una basílica de tres naves que comenzó a construirse tras el gran incendio de 1405 y que no terminó, como buena catedral, hasta 4 siglos más tarde con la torre del campanario que supera los 100 metros de altura.
Subirse a lo alto de la torre y contemplar Berna desde el cielo es una de las mejores maneras de disfrutar del paisaje que rodea la capital suiza. Pero, atención, son casi 350 peldaños en una escalera muy estrecha no apta para claustrofóbicos. Además, la catedral de St. Vinzenz destaca por sus vidrieras, consideradas las más hermosas de todo el país.
Cruzando la Münsterplatz en dirección sur llegamos a la plataforma Münster, un pequeño parque rodeado de una balaustrada de piedra que ofrece unas deliciosas vistas del río Aar que cruza la ciudad y cuya caudal se controla en este punto con una presa.
Desde Münsterplattform podemos tomar un ascensor, el Mattelift que lleva 125 años funcionando y que actualmente transporta a unos 800 pasajeros al día. Se trata del único ascensor urbano de Suiza operado con conductores, los conocidos como ‘liftboys’.
Pero el viaje no es gratis, no olvidemos que estamos en Suiza… Por un 1,30 euros al cambio aproximadamente el ascensor nos lleva a Matte, el conocido como barrio de los artistas. En origen fue un suburbio obrero y de pescadores para después transformarse en el ‘barrio rojo’. Actualmente, intelectuales y artistas lo han transformado en la zona más vanguardista de Berna: un precioso paseo para conocer otra cara de la capital suiza.
Seguimos nuestra ruta hacia al este y salimos de la Ciudad Vieja por Nydeggbrücke, uno de los puentes que cruzan el Aar y que constituye otro de los iconos de la ciudad. Al otro lado se encuentra Bärenpark, el parque de los osos de Berna. Y es que el oso es el símbolo de la ciudad del que deriva su propio nombre.
Se dice que desde el siglo XVI ya vivían osos en la ciudad, siendo algunos trasladados al foso de los osos desde mediados del XIX que se convirtió en parque en 2009: un recinto protegido en la orilla este del Aar en el que viven varios osos en un espacio relativamente amplio.
Si vamos hacia el norte por la orilla este del Aar llegamos a Rosengarten, el jardín de las rosas de Berna, donde podemos encontrar hasta 220 variedades de rosas. Pero si lo tuyo no es la botánica, no importa: el Rosengarten es el mejor lugar para observar desde la distancia la bucólica Ciudad Vieja de Berna.
La Berna de Einstein y Klee
No podemos dejar Berna sin rendir homenaje a dos de sus máximas leyendas. En las afueras de la capital suiza, a unos 20 minutos andando al este del parque de los osos, visitamos Zentrum Paul Klee, consagrado a la vida y obra de Paul Klee, una de las máximas figuras de la vanguardia pictórica de la primera mitad del siglo XX.
El propio edificio ya es una obra maestra diseñada por Renzo Piano, arquitecto italiano ganador del Pritzker, y autor de edificios tan icónicos como el Pompidou de París, el nuevo Museo Whitney de Nueva York o el propio Centro Botín de Santander. En Zentrum Paul Klee podemos disfrutar de hasta 4000 obras de Klee.
¿Y qué decir de Einstein? El físico alemán, uno de los grandes genios de la historia, publicó su teoría de la relatividad en 1905 mientras trabajaba en la Oficina de Patentes de Berna. La ciudad suiza rinde homenaje a este hecho con una colección especial en el Museo Histórico ubicado en el otro lado del Kirchenfeldbrücke, el puente que conduce a la parte sur de Berna y en la propia Casa de Einstein, en la céntrica Kramgasse, a un paso de la torre del reloj.
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