Playas paradisiacas como Playa del Valle, piscinas naturales de aguas cristalinas, paisajes apabullantes y una notable infraestructura turística: el perfil más popular de Fuerteventura es conocido por todos. Pero para conocer el alma de la isla hay que dejar durante un instante el paraíso litoral y adentrarse tierra adentro para conocer una de las localidades en las que refulge el espíritu de Fuerteventura: Betancuria.
Esta localidad del centro geográfico de la isla fue la primera capital tras la conquista europea de las Canarias, llegando a tener durante un corto periodo de tiempo su propio obispado. Perdiendo su relevancia en el siglo XIX cuando la capital se trasladó a La Oliva —finalmente se llevaría a Puerto del Rosario, capital actual— Betancuria vuelve a brillar reflejando el orgullo de Fuerteventura.
Betancuria, primera ciudad canaria
Años 1402. Una expedición de marineros europeos dirigida por el normando Jean de Bethencourt arriba en la por entonces deshabitada isla de la Graciosa, primera base de los expedicionarios en las Islas Canarias.
Tras conquistar Lanzarote, Bethencourt prosigue hacia el sur y llega a Fuerteventura. Pero la resistencia en la isla majorera frena su impulso hasta dos años más tarde, cuando, en un segundo intento, logra establecer un primer asentamiento fijo para lo que elige un fértil valle interior de fácil defensa con salidas naturales a los puertos de la costa occidental para proseguir la conquista del resto de islas.
Nace así Betancuria, el segundo asentamiento fijo de los conquistadores europeos en las islas y la considerada primera ciudad levantada en Canarias. Pero, por supuesto, la historia de Fuerteventura no arranca con la fundación de Betancuria. Y para conocer los orígenes de la isla debemos irnos tres kilómetros al norte para encontrarnos con Guise y Ayose, los reyes majoreros o majos de la isla a la llegada de Bethencourt y los suyos.
Pese a las razias esclavistas llevadas a cabo por navegantes mediterráneos en el siglo XIV, aún resistían en Fuerteventura un pequeño número de habitantes cuyo origen sigue siendo debatido por los historiadores y los arqueólogos, aunque se considera que pudieron llegar desde el siglo X a.C. tras las primeras expediciones de los fenicios de Oriente, así como de poblaciones bereberes del norte de África en los siglos siguientes, especialmente en época romana.
Como recuerdo de estos majoreros que habitaban Fuerteventura a la llegada de los europeos se creó este monumento a Guise y Ayose, últimos monarcas aborígenes. Ambos se dividían a principios de siglo XV el territorio de la isla: el sur para Ayose como rey de Jandía y el norte para Guise como rey de Maxorata.
Las crónicas de los frailes que acompañaron a Bethencourt en los sucesivos viajes a las Canarias y que forman parte de Le Canarien, señalan que los majoreros podían “matar a un perro rabioso con una mano, sin dejar de beber con la otra, o amasar sin inmutarse una pella de gofio con queso curado, duro como una piedra”.
Pero tras resistir en el primer envite de Bethencourt y compañía, durante la segunda invasión, la entente cordial entre los dos reyes majos ya no es suficiente y deciden rendirse para ser bautizados por los recién llegados, aceptando el nombre de Luis y Alfonso.
El mirador de Guise y Ayose, con sus dos imponentes esculturas de bronce de cuatro metros de altura, ofrece un panorama de la siempre fascinante geografía de Fuerteventura: los paisajes suaves y redondeados del norte y el barranco que desciende hacia Betancuria, al sur. Todo ello se conoce actualmente como el Parque Rural de Betancuria con una superficie protegida de más de 16.000 hectáreas.
Un paseo por Betancuria
Para continuar por este paseo por la historia de Fuerteventura llegamos ya a la propia localidad de Betancuria que se diferencia de otras ciudades que fueron surgiendo por las islas desde el siglo XV por la ausencia de una trama urbana organizada.
Iglesia de Santa María de Betancuria
Este urbanismo irregular se puede apreciar en las calles que rodean la iglesia de Santa María de Betancuria, uno de los primeros edificios cristianos de las Canarias que sustituyó el primitivo oratorio edificado por los conquistadores tras el levantamiento de Betancuria. Destruido por una terrible incursión berberisca a finales del XVI que arrasó con la ciudad y raptó a muchos de sus habitantes, la iglesia fue reconstruida a partir de entonces finalizándose en el XVIII.
Hay que recordar, así mismo, que durante un breve espacio tiempo el papa Martín V concedió un obispado a Betancuria cuya sede sería la iglesia de Santa María y que abarcaba todas las islas menos Lanzarote donde ya existía otro obispado en el castillo del Rubicón. No obstante, fue abolido en 1431, solo 7 años después de ser establecido.
Ruinas del convento franciscano de san Buenaventura
Otro de los primeros edificios betancurianos lo encontramos al norte del pueblo, junto al Barranco del Convento que toma el nombre del convento franciscano de San Buenaventura que se abrió en 1416. Actualmente se pueden visitar las ruinas de la iglesia conventual, de las celdas de los monjes adosadas a la iglesia y la ermita de San Diego nombrada así en honor a San Diego de Alcalá, considerado santo por la Iglesia católica.
Ermita de Nuestra Señora de La Peña
El tercer templo relevante del municipio de Betancuria nos lleva a cinco kilómetros al sur donde se encuentra la ermita de Nuestra Señora de La Peña edificada en el XVIII: en su interior se cobija la diminuta imagen de alabastro de la Virgen de la Peña, la patrona de Fuerteventura. Además, es el final de la Romería de la Virgen de la Peña, la fiesta más importantes de la isla, celebrada el tercer sábado del mes de septiembre.
Vega de Río Palmas
Muy cerca de aquí se encuentra Vega de Río Palmas, nombre que recibió de los conquistadores normandos por la gran cantidad de palmeras que presenta el valle y los manantiales de agua: los miradores de Las Peñitas y del Risco de las Peñas ofrecen magníficas estampas de este territorio.
Museo arqueológico y etnográfico de Betancuria
Y nuestra última visita a Betancuria nos lleva de nuevo al pueblo donde regresamos al origen en el Museo Arqueológico y Etnográfico, la mejor forma de profundizar en la fascinante historia de esta isla: a través de los restos de yacimientos como los de la propia montaña de Tindaya se puede reconstruir el mundo mágico y religioso de aquellos primeros pobladores de Fuerteventura cuya vida cambiaría para siempre con la llegada de los implacables expedicionarios europeos a principios del siglo XV.
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