Si hace treinta años les dicen a los vecinos de Avilés que en unas décadas van a salir en el New York Times se reirían un buen rato. Y es que muchas cosas han cambiado en esta localidad asturiana desde que se diera luz verde al proyecto de Oscar Niemeyer. De una ciudad postindustrial ahogada en la ría de Avilés —Ecologistas en Acción le enseñó la ‘bandera negra’ por sus altos niveles de contaminación— a una localidad que mudó su piel de acero por una resplandeciente capa blanco esperanza.
Ni fue proceso sencillo (ni todavía completo) ni ha estado exento de enconadas polémicas, pero Avilés fue otra después del Niemeyer. El ejemplo era evidente y estaba muy cerca: Bilbao y el Guggenheim. La ciudad vasca ubicó un hito cultural en su ría que fue el faro que guió su renovación. A otra escala, el Centro Niemeyer buscó el mismo efecto en Avilés. Esta es su historia.
Oscar Niemeyer y Avilés
“Yo soy arquitecto y, por tanto, lo que sé hacer son diseños de edificios, y eso es lo que voy a hacer, diseñar un edificio”. A menudo, los arquitectos tienen una peculiar forma de hablar, más sencilla de los que se presupone a unos profesionales que desarrollan una actividad tan compleja. Niemeyer fue claro: os voy a dar un diseño, aprovecharlo como se merece será cuestión vuestra.
Era el año 2006 cuando se cumplía el 25 aniversario de los Premios Príncipe de Asturias que el arquitecto había recibido en 1989 —un año antes había sido galardonado con el Pritzker, premio conocido popularmente como el ‘Nobel de la arquitectura’— y Niemeyer se ofrece para hacer un regalo de valor incalculable a la región. El Gobierno del Principado se puso a trabajar desde entonces para hacer de aquel regalo una realidad.
Nacido en Río de Janeiro en 1907, Oscar Niemeyer había sido uno de los grandes renovadores de la arquitectura mundial como dejó patente en su proyecto de ciudad nueva en Brasilia que se convirtió en una referencia para el urbanismo contemporánea o en el diseño del edificio de la ONU en Nueva York junto a su maestro Le Corbusier. En resumen, Niemeyer era uno de los grandes y que quisiera diseñar un edificio en Asturias al final de su carrera era todo un acontecimiento para la región.
Cuatro años después y 43.3 millones de inversión —según las cifras oficiales— la ría de Avilés daba la bienvenida a un complejo cultural que debería marcar el futuro de la localidad. De hecho, el Niemeyer debía ser la primera piedra de un macro proyecto conocido como la Isla de la Innovación cuyo objetivo final era eliminar la barrera ferroviaria de esa zona de la ciudad transformándola en un polo de atracción creativa, tecnológica y turística. Sucesivos retrasos debido en parte a la complejidad del proyecto además de problemas de financiación han provocado que los 180.000 metros cuadrados entre el Niemeyer y las antiguas baterías de cok sigan pendientes de reforma.
Descubriendo el Centro Niemeyer
“Una gran plaza abierta a todos los hombres y mujeres del mundo, un gran palco de teatro sobre la ría y la ciudad vieja de Avilés”. Y es precisamente la plaza, el espacio entre los cuatro edificios que forman parte del complejo cultural, uno de los mayores atractivos de la obra de Niemeyer. Todo este terreno recuperado de las actividades industriales vinculadas a la ría —unos 22.000 metros cuadrados que pueden acoger hasta 10.000 personas— se pavimentó con hormigón blanco para adecuarlo a la estética del resto de edificios. El resultado es un espacio resplandeciente y refrescante abierto a todos los ciudadanos, tal y como quiso Niemeyer.
La cúpula del centro también brilla con luz propia. Para iniciar su construcción se usó una técnica revolucionaria que posibilitó levantar su estructura en menos de una hora a través de una membrana anclada al suelo y posteriormente hinchada que permitió trabajar de dentro a fuera acelerando todo el proceso constructivo. Su interior destaca, como el resto del complejo, por el juego del blanco y el rojo, por la escalera helicoidal y por la gran lámpara del techo diseñada por el propio arquitecto que se ve de diferente manera dependiendo del punto de vista escogido. El edificio de la cúpula alberga grandes exposiciones en sus 4.000 metros cuadrados.
Por su parte, el auditorio es el edificio más llamativo desde el exterior gracias al mural de una de sus paredes laterales en la que se muestra el dibujo de una mujer sobre fondo amarillo también de Niemeyer. La sala principal del auditorio tiene un escenario de 400 metros cuadrados y permite albergar todo tipo de propuestas escénicas. En este sentido, se tuvo muy en cuenta en su estructura y en el uso de materiales las cualidades sonoras como también sucedió en su día en el famoso teatro de vecina Laboral de Gijón. Además, este espacio se completa con la Sala de Fotografía y el Club habilitado para actuaciones más íntimas y propuestas más vanguardistas conocidas como Off Niemeyer.
El conocido como Edificio Polivalente tuvo en los planos de Niemeyer una función de conexión estética y arquitectónica: une visualmente la cúpula y el auditorio. Incluye una sala polivalente, el cine con sus 200 metros cuadrados, así como salas de reuniones, cafetería y la tienda-librería.
El último edificio que forma parte del complejo y que también se ha erigido en una imagen icónica de la ría de Avilés es la Torre con su estética puramente niemeyeriana: un pedacito del Brasil más vanguardista en Asturias con la rampa helicoidal y la galería circular acristalada. Aunque en un principio albergó varios (y polémicos) espacios gastronómicos actualmente está abierto a un mayor abanico de funciones.
Pese a que el Centro Cultural Niemeyer vivió su particular via crucis —el cual terminó con el primer director entre rejas por malversación— su influencia en el cambio de piel de Avilés está fuera de toda duda: un nexo de unión entre el viejo Avilés industrial y el presente alentador de una ciudad que encuentra en la poesía en piedra del Niemeyer una fuente de inspiración para el futuro.
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