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El escritor Josef Hormayer describió a Praga como la ciudad de las 100 torres en alusión a las numerosas que decoran la ciudad y sobresalen sobre el precioso puente de San Carlos, el barrio judío Josefov, el casco antiguo Staré Město y sus edificios, perfilando su silueta e imprimiéndole un encanto innegable.

Pero bien podría haberla definido como la tierra de los castillos, pues su geografía está poblada por más de 200, los cuales conforman una ruta de 1.200 km que se extiende desde Praga a Mannheim, atravesando ciudades, pueblos y enclaves maravillosos. Fueron morada de reyes y emperadores, guardan mucha historia, decenas de secretos y leyendas y, además, lucen una estética que nos sumerge de lleno en el Medievo más esplendoroso. Estos son los cinco castillos más bonitos.

Castillo de Praga

Castillo de Praga.
Fuente: Pixabay.

No podemos hablar de castillos sin hacer alusión al que preside la capital checa. Para ser exactos, se trata de un complejo formado por varios palacetes, iglesias como la de San Vito y torres, como la de la Pólvora o la Blanca, unidos entre sí por preciosas callejuelas como el Callejón de Oro, muy popular por custodiar la casa de Franz Kafka.

Además, no hay quien le haga sombra si hablamos de dimensiones, pues es el de estilo gótico más grande del mundo, lo que le ha valido su inclusión el libro Guinness de los récords y el reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad. Fue la residencia oficial de los reyes de la antigua Bohemia, constituyendo el epicentro de la vida política, social y administrativa de la región. Hoy, es uno de los tesoros arquitectónicos de la Ciudad Dorada, que además permite comprender su historia.

Český Krumlov

Castillo de Český Krumlov.
Fuente: Piqsels.

Se alza en la ciudad que le da nombre, al sur del país. Tras el de Praga, es el segundo más grande de la República Checa, pues está conformado por más de 40 edificios que se asoman al río Moldava. Comenzó a construirse en el siglo XIII, pero fue en el siglo XVII cuando alcanzó su máximo esplendor, convirtiéndose en uno de los representantes de excepción del barroco y también de la historia del país.

Una vez dentro, hay que visitar la torre del palacio, desde donde las vistas son excepcionales, el teatro barroco y la Sala de las Máscaras.

Karlštejn

Castillo de Karlštejn.
Fuente: Wikipedia.

Este maravilloso castillo se alza en lo alto de una colina en la ciudad Karlštejn. Lo mandó construir Carlos IV, que fue rey de la antigua Bohemia y también emperador del Sacro Imperio Romano, para usarlo como residencia privada y salvaguardar las joyas de la corona.

De estilo gótico, con añadidos posteriores de elementos renacentistas, está conformado por suntuosos salones y estancias. Sin embargo, la más asombrosa es la capilla de la Santa Cruz, que, además de guardar las joyas de la coronación, está decorada con las maravillosas obras pictóricas de Theodorico, pintor de la corte.

Hluboká nad Vltavou

Castillo de  Hluboká nad Vltavou.
Fuente: Wikipedia.

La apariencia romántica y el estilo barroco de este castillo, situado en la ciudad Hluboká nad Vltavou, a la vera del río Moldava, lo dotan de una gran singularidad y lo hacen diferente al resto de los que integran la ruta. Los artífices de este cambio fueron, tal y como nos explican en la web de turismo de la República Checa, “los miembros de la dinastía Schwarzenberg, propietarios del castillo, quienes lo reconstruyeron en estilo barroco inspirándose en el castillo inglés de Windsor, pues habían acudido a la coronación de la reina Victoria en Westminster, y eran habituales de la Corte inglesa”.

Por supuesto, el interior no desmerece, pues guarda ostentosas estancias con el mobiliario original, cerámicas de Delft y valiosas pinturas de artistas europeos de los siglos XVI, XVII Y XVIII.

Konopiště

Castillo de  Konopiště

Concluimos la ruta en este castillo, ubicado a unos 40 km de Praga, a orillas de un bonito lago y abrazado por frondosa naturaleza. Curiosamente, su último propietario fue el archiduque Francisco Fernando de Austria, el antiguo heredero al imperio Austro-Húngaro, cuyo asesinato fue el acicate que desencadenó la Primera Guerra Mundial.

Él fue quien le dio el esplendor que luce hoy, en el que la perfecta simetría de las torres, los puentes levadizos y los invernaderos italianos toman el protagonismo. Además, ha servido de escenario para películas tan taquilleras como El ilusionista, protagonizada por Edward Norton.