El verano se acaba y para muchos es hora de plegar las velas y volver a la rutina, una rutina que este año es aún más irritante. Pero no desesperemos todavía: nos queda Arcos de la Frontera. El pueblo gaditano es una escapada perfecta para este otoño caliente, un pueblo blanco promesa que mira por encima del hombro al quebranto. Desde lo alto de la colina, Arcos esparce generosamente el aroma de la esperanza por toda la campiña, regala una sonrisa y un abrazo al viajero.
Abonado desde hace años a las listas de los pueblos más bonitos de España, la localidad gaditana es una de las más populares del interior de la provincia andaluza. El fulgor blanco del encalado de sus casas —forma parte de la Ruta de los Pueblos Blancos—, su ubicación privilegiada, esas laberínticas callejuelas y sus impresionantes miradores hacen de Arcos de la Frontera una joya para el turismo rural.
Arcos de la Frontera: historia y leyenda
De tanto repetir algunos términos en ocasiones pierden su sentido. Pero en Arcos de la Frontera recuperamos muchos. La ubicación de la localidad gaditana es privilegiada… pero de verdad. Tanto que, desde antiguo, diferentes pueblos se pelearon por subir a la Peña de Arcos: un lugar ideal para protegerse y controlar una gran extensión de terreno.
Así pues, el origen de Arcos está en esa peña de más de 100 metros de altura que surge en un meandro del Guadalete, un enclave estratégico que fue aprovechado por los romanos que renombraron el asentamiento como Arx-Arcis (fortaleza de altura).
También los musulmanes sintieron el embrujo de la Peña sobre el Guadalete: Arkos se convierte en una importante población durante las diferentes etapas de dominio musulmán en el sur peninsular. El trazado urbano, la muralla o el alcázar provienen de esta fase de la historia de Arcos que llega incluso a formar un pequeño reino de taifas en el momento de mayor inestabilidad en al-Ándalus.
Por supuesto, para los cristianos tomar Arcos podía ser una considerable victoria. La historia dice que fue Alfonso X el monarca que derribó la resistencia musulmana a mediados del XIII. Pero, ¿cómo se las ingeniaron las tropas cristianas para penetrar en una fortaleza tan aparentemente inexpugnable? La leyenda cuenta que la reina mora Zoraida había bajado una noche a bañarse en el río sorteando a la guardia cristiana. Pero un soldado la vio y la siguió descubriendo los pasadizos secretos que conectaban el alcázar con la ribera el río.
Otra versión asegura que fue el llanto de un bebé en los pasadizos secretos el que alertó a la soldadesca cristiana. Sea como fuere, Arcos terminó cayendo y se ganó su nombre completo: ‘de la Frontera’ por hallarse en la linde con el Reino nazarí de Granada.
En los siglos posteriores, Arcos de la Frontera fue expandiéndose por las laderas de la peña tanto hacia el sureste como hacia el noroeste una vez que el carácter defensivo de la localidad pierde su función. Entre los siglos XV y XVIII es otra etapa de apogeo en Arcos de la Frontera, que perfila la actual fisionomía de la población gaditana.
El terremoto de 1755 completa ese perfil: se derrumba el muro norte del castillo y los locales se ven obligados a reconstruir numerosos edificios, además de erigir otros nuevos y modificar el trazado urbano. Por cierto, la leyenda también dice que estos temblores son obra de un dragón que vive en el interior de la peña desde época musulmana y que solo sale cuando siente que Arcos está en peligro… Avisados estáis.
Recorriendo Arcos de la Frontera
Nuestra visita a Arcos de la Frontera arranca en la calle Corredera cerca del ‘ensanche’ arcense donde se halla el popular Monumento a la Semana Santa. Y es que la Semana Santa de Arcos son palabras mayores: este monumento consta de un gran arco de medio punto que cobija un grupo de tres estatuas de nazarenos portando la figura central una gran cruz negra. Se ubica en la Corredera desde 2008. Muy cerca de aquí, ya en la Cuesta de Belén, encontramos el Palacio del Conde del Águila, construido entre los siglos XIV y XV combinando en su fachada el resplandeciente blanco arcense con el ocre de la portada gótico-mudéjar.
Entramos en la calle Nueva que se trazó tras el terremoto de 1755 para disfrutar del perfil almenado del Castillo. Erigido sobre el alcázar árabe pasó después a ser controlado por los duques de Arcos sufriendo diferentes modificaciones con el paso de las décadas incluyendo la reforma del muro norte que se vino abajo con el mencionado terremoto.
Antes de continuar nuestra ruta monumental por Arcos de la Frontera debemos detenernos en la cercana Plaza del Cabildo, una de las más bonitas del pueblo (cuando quiten el aparcamiento será todavía más bonita). Dominada por el Castillo, en el Cabildo también encontramos el delicioso parador —con su terraza de fantásticas vistas— y otra de las joyas del pueblo gaditano: la Basílica Menor de Santa María de la Asunción, un compendio estilístico de la época de esplendor arcense.
Si bien en origen Santa María de la Asunción fue un templo gótico-mudéjar, como podemos comprobar en el interior del edificio, al exterior se revela el triunfo del plateresco con una portada de abigarrada decoración típica de esta versión hispana del Renacimiento. Por su parte, la torre neoclásica, que tuvo como referente a la Giralda, se erigió tras el derrumbe del anterior campanario debido al terremoto: con todo, quedó inacabada ya que en el proyecto original se trazaron dos cuerpos más, el superior para un reloj.
De la plaza del Cabildo, nos dirigimos hacia el norte para recorrer el Callejón de las Monjas, una de las calles más célebres de la localidad en la que destaca la también plateresca portada del Convento de la Encarnación. Y es que Arcos de la Frontera son también sus estrechas calles entre muros blancos, trocitos de cielo y terrazas imposibles.
Pero una visita a Arcos de la Frontera nunca está completa sin asomarse a uno de sus miradores. Entre ellos, el más concurrido es el Balcón de la Peña Nueva que ofrece un impresionante panorama del tajo sur de la Peña de Arcos, sus casitas blancas, los meandros del Guadalete y los tonos ocre y verde de la campiña gaditana. Tras ello solo nos queda cruzar la Puerta de Matrera —única puerta que se mantiene del antiguo recinto amurallado— y descender hacia el barrio bajo al sureste el pueblo.
Pero antes de despedirnos de Arcos de la Frontera, de sus rampas, reinas y dragones, ¿qué tal un chapuzón en la ‘playa’? Diréis que esto está a bastantes kilómetros del mar, y diréis bien. Pero es que la conocida como playa del Santiscal es un arenal artificial a la orilla del embalse que incluye un Club Náutico y numerosas actividades vinculados a los deportes acuáticos. Una refrescante sorpresa para terminar como se merece una visita a una las joyas más brillantes de Cádiz.
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