Viajar en coche a lo largo de la costa californiana es un road trip en toda regla y el Camino Real es una excusa perfecta para hacerlo. En su aspecto técnico lo primero que hay que saber es que las carreteras están en muy buen estado, que no se puede llevar ninguna bebida alcohólica abierta en el coche mientras se conduce y que los límites de velocidad, que varían según los tramos, hay que respetarlos… porque si no es así, puede que el viaje se acabe ipso facto.
Teniendo en cuenta estas premisas no hay que preocuparse por mucho más, el camino (El Camino Real) está bien señalizado. Su emblema es una visible campana de bronce que flanquea a modo de baliza el arcén de toda la autopista 101. Para los españoles es sentirse como en casa, rodeado de nombres en español que alertan continuamente nuestra atención. También conviene proveerse de un buen mapa de la zona para tener la posibilidad de desviarse por alguna carretera secundaria y no siempre hacer caso al GPS, ya que los paisajes son sorprendentes y podremos parar para estirar las piernas y hacer fotos.
La Historia del Camino Real
Cuentan las crónicas que corría el año 1542 cuando el navegante portugués Juan Rodriguez Cabrillo, que por aquel entonces estaba al servicio de España, desembarcó en California y comprobó que aquel lugar no era una isla fantástica poblada por amazonas que montaban águilas grifadas y lanzaban flechas de oro (tal y como se describía en una popular novela española de aventuras del siglo XVI), sino una tierra poblada por indígenas que vivían en pequeñas comunidades, dedicados a la caza y la pesca, y que no tenían un cuerpo de guerreros organizado.
De manera que la llegada de la misión exploratoria de Cabrillo, aunque provocó algún choque, no llegó a una guerra inmediata; pero tampoco supuso una conquista para España ya que el explorador portugués murió a los pocos meses de su llegada a aquellas latitudes, a causa, precisamente, de las heridas sufridas en una escaramuza con los nativos.
No sería hasta 1769 que, en nombre de Dios y de la Corona Española, se empezaron a construir las misiones con sus respectivos cuarteles para la soldadesca de apoyo por todo el territorio de la Alta California. El objetivo principal era puramente político y consolidar los dominios reales, si bien los medios empleados para la conquista fueron en las dos vertientes: la militar y la espiritual. A aquella empresa se le llamó El Camino Real. Recayó en los frailes la responsabilidad de atraer a los ‘infieles’ a las misiones, siendo el fraile franciscano Junípero Serra el más mediático valedor de aquella misión.
Empezando el Camino Real al sur de California
Ya en el camino, de entre los muchos personajes que hicieron correrías por aquellas tierras, nos viene a la memoria El Zorro, bandido-galán creado por el americano Johnston McCulley, que apareció por primera vez en la novela ‘La maldición de Capistrano’ en la década de 1920 y que ha sido llevado al cine en más de 50 ocasiones.
Novelas aparte, el viaje empieza en el sur de California, en Los Ángeles. En esta ciudad no existe una misión propiamente dicha pero sí una pequeña iglesia situada en Olvera Street, el barrio mejicano, y cariñosamente llamada ‘la placita’ por los angelinos de origen hispano, es uno de los lugares interesantes a visitar. Se trata de Nuestra Señora la Reina de Los Ángeles de la Porciúncula, que fue lugar de asistencia primordial para distribuir varias misiones en la zona.
En la periferia de la extendida urbe se encuentran dos misiones: San Fernando Rey de España, donde incluso, cuando era misión resplandeciente, se llegaron a celebrar corridas de toros en su patio central; y donde en su jardín fue enterrado, en 2003, el actor cómico Bob Hope. La otra misión es San Gabriel Arcángel, situada en un barrio controlado en la actualidad por la comunidad china y donde encontramos otra tumba curiosa con la siguiente inscripción: “En memoria de Antonio, primer indio enterrado en este cementerio”.
Al sur de Los Ángeles se encuentran las misiones de San Juan de Capistrano (la de El Zorro), a la que la cantante Dinah Shore le dedicó una canción acerca de sus golondrinas, y de la que dicen que es la más visitada junto a la Misión de Santa Bárbara. Las otras misiones son: San Luis Rey de Francia, situada en la lujosa zona de Oceanside (ya en el condado de San Diego); y San Diego de Alcalá, la primera de todas las misiones fundada por Fray Junípero.
En dirección norte visitamos el pueblo de Ventura, con su Misión de San Buenaventura, situada a una hora en coche de Santa Bárbara, enclave playero por excelencia de la Costa del Pacífico, donde durante la primera luna de agosto entorno a la misión se celebra ‘Fiesta’, una concentración de familias cristianas ataviadas con trajes flamencos (con embellecedores mexicanos) que según su programa de fiestas rememora los old spanish days. El museo de la misión conserva el altar original de la iglesia cuyo sagrario aun tiene tres espejos orientados al Sol, con objeto de que en el solsticio de invierno los rayos del astro rey penetraran a través del rosetón de la fachada, incidieran en los espejos e iluminaran los ritos eclesiásticos. Un admirable y hábil truco. Conmovedor.
Es el momento de desviarnos por una carretera secundaria y parar en el lago Chacuma, y proseguir hasta la localidad de Solvang, arraigada comunidad de colonos daneses, donde se encuentra la Misión de Santa Inés. Llegamos al Valle de los Osos, descrito con estas palabras en el diario de fraile Juan Crespi, que narra cómo se organizó, en 1772, una gran cacería que salvó de la inanición a los obreros que construían la Misión de San Luis Obispo.
La siguiente parada en nuestra ruta ascendente es en la Misión de San Miguel Arcángel, de la que vemos su restaurada estructura desde la autopista. Fue concebida como hospital ya que se encontraba a medio camino entre el norte y el sur. Estamos a mitad del camino y tampoco es para tomárselo con prisas. Y no se puede decir que: ‘vista una misión… vistas todas’, porque cada una tiene su historia y sus anécdotas.
San Antonio de Padua parece ser una de las misiones más privilegiadas, ya que el mismísimo presidente Abraham Lincoln se encargó de restaurar la iglesia en 1862, lo que facilitó el regreso de los frailes franciscanos a la misión; y en 1948 le volvió a tocar la lotería ya que el multimillonario William Hearst, financió otro programa de reconstrucción. Hoy en día puede decirse que luce con la misma belleza que tenía en todo su apogeo.
No es el caso de la Misión de Nuestra Señora de la Soledad, que no fue rehabilitada hasta 1955 gracias al patrocinio de Las Hijas Nativas del Oeste Dorado, una exótica orden religiosa que financió una precaria restauración. Parada obligatoria en Carmel, el pueblo del que en la década de los 1980 fue alcalde el actor Clint Eastwood. En la Misión de San Carlos Borromeo de Carmelo se dan cita numerosos visitantes que pretenden ser cautivados por el espíritu de Fray Junípero Serra, pues aquel fue el centro principal de sus operaciones y donde se encuentra su tumba.
San José, Santa Clara, San Juan, San Rafael y San Francisco dan nombre a las otras cinco misiones de nuestro periplo ascendente, para terminar con la Misión de San Francisco Solano, fundada en 1823, la última de la cadena a lo largo del Camino Real.
Las estatuas de la polémica
En el curso del tiempo, frente a las misiones se instalaron estatuas de su fundador, Fray Junípero Serra. Muchos lustros después, el fraile fue beatificado por el Papa Juan Pablo II (1988); y en 2021 fue canonizado por el Papa Francisco. A raíz de esta canonización se produjeron múltiples críticas, y las estatuas del fraile fueron objeto de diversos actos vandálicos como señal de protesta por el maltrato a los nativos americanos durante aquella época de proliferación de misiones, y algunas de aquellas estatuas han sido destrozadas.
La de la Misión de Carmel fue pintada de verde y le habían colgado un cartel donde figuraba escrito ‘santo del genocidio’; la del Presidio de Monterey fue decapitada; la estatua de la Misión de San Fernando apareció con las manos ensangrentadas y grafiteada con la palabra ‘asesino’; la de la Misión de Santa Bárbara también fue decapitada y cubierta con pintura roja; y la de la Misión de San Gabriel fue cortada con una sierra mecánica y embadurnada con pintura.
A partir de estos hechos, otras misiones retiraron las estatuas del santo de la exhibición pública. La última estatua escondida ha sido la que se encontraba delante de la Misión de San Buenaventura, en el pueblo de Ventura que, casualmente, también fue la última misión fundada por Fray Junípero Serra en California.
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