Un ejército de 30.000 hombres acorrala a Yoshitsune y su pequeño grupo de seguidores. Tras tres años de huida por todo Japón, el guerrero asume su final: compone un poema, sacrifica a su familia y ejecuta el suicidio ritual. Y nace el mito. Esta es una de las muchas leyendas que envuelven la fabulosa historia de los samuráis, una élite de guerreros que vertebró el devenir de Japón durante más de 1.000 años. Acompáñanos en este viaje a uno de los países más fascinantes del mundo para descubrir la historia de uno de sus grandes mitos: el samurái.
El samurái, un guerrero milenario
Aunque su origen se puede rastrear en el periodo Nara (siglo VIII), el apogeo de los samuráis llega con el periodo Heian (del IX al XII) formando parte esencial de la sociedad japonesa hasta la Revolución Meiji a partir de 1868.
Etimológicamente, la palabra ‘samurái’ deriva, según la mayoría de historiadores, del término saburau, que significa servir. Y esa fue, durante siglos, la principal misión del samurái: servir. ¿A quién? A su señor. Y este es el primer equívoco que surge al desentrañar la figura del samurái.
La cultura popular nos ha legado una imagen de este guerrero como alguien solitario, rebelde, independiente y justo. Pero para el samurái lo más importante era la lealtad a su daimio, a su señor. Todas las demás consideraciones eran secundarias, incluso la propia vida, pero también la de los demás.
El samurái mataba si así lo había ordenado su señor. Y aunque no era lo más común, el samurái también asesinaba a seres indefensos, incluyendo niños. Su legendario concepto de honor estaba, por tanto, estrechamente vinculado a su carácter guerrero, pero también a su carácter vasallo. Su moral, era la moral de su señor. Una contradicción que alimenta aún más la figura legendaria del samurái.
Aunque, en origen, los primeros samuráis juraron lealtad al emperador, con el inicio de los shogunatos y la pérdida de poder del emperador, los samuráis escalaron socialmente hasta convertirse en la nobleza guerrera nipona: los samuráis se transforman en casta política sirviendo el clan gobernante. Y si no pertenecían al clan gobernante, afilaban la katana esperando su momento…
El Bushido, el camino del guerrero
Uno de los elementos más interesantes de la historia de los samuráis hace referencia a su filosofía, a su modo de vida. Justicia, valor, compasión, honor, lealtad, sinceridad y cortesía: siete valores que formaban parte del mítico Bushido, el código de conducta que debía regir el comportamiento de los guerreros una vez alcanzaron la cima en la escala social.
La primera aparición escrita de los preceptos samuráis data de principios del siglo XVIII en un breviario conocido como Hagakure. Pero algunos historiadores afirman que el Bushido tal y como los conocemos en la actualidad no es más que una obra literaria escrita a principios del siglo XX por Inazo Nitobe con el objetivo de promocionar la cultura japonesa en Occidente. En este sentido, se afirma que los samuráis sí seguían códigos de conducta, pero variaban dependiendo del señor al que tuvieran que rendir lealtad.
Pese a que la realidad histórica parece acercar la figura del samurái más a la del soldado con privilegios que a la del filósofo místico, lo cierto es que, a diferencia de otras épocas históricas y otras latitudes, el samurái sí solía mostraba interés por las artes y la cultura. El budismo zen fue una de las principales creencias de muchos samuráis que los llevaba a largas jornadas de meditación: una suerte de guerrero culto y con los nervios de acero que, sin duda, potenciaba así su letalidad.
Las armas del samurái
El samurái nace y se hace. Ya convertidos en casta, el ‘título’ se heredaba, de forma que solo los hijos de los samuráis podían ejercer como tal en el futuro. Pero, eso sí, la educación para convertirse en samurái empezaba casi desde la tierna infancia: un sable de madera les servía a los cinco años para iniciarse en el noble arte de la esgrima.
Sin dejar la formación cultural de lado —la caligrafía era una ‘asignatura’ fundamental— los jóvenes samuráis se ponían manos a la obra con todo tipo de artes marciales que incluían no solo la esgrima, sino también la natación, la equitación, el manejo de la lanza y del arco.
Y es precisamente el arco una de las armas más importantes en la tradición del samurái. Pese a que la leyenda del samurái nos presenta a un guerrero que disfruta con los duelos a espada, lo cierto es que el arco y las flechas fueron el arma más habitual en las batallas, por razones obvias: la espada solo tiene sentido en el cuerpo a cuerpo y la mayoría de los conflictos se libraban en primer lugar desde la distancia.
Algo parecido sucedió con la llegada de las armas de fuego a Japón: el samurái hizo un curso acelerado de manejo de arcabuces, revólveres y rifles. Los samuráis no eran tontos: sabían lo que podía pasar si se enfrentaban armados tan solo de una espada ante bárbaros con pistolas.
Con todo, lo cierto es que la katana se convirtió en el elemento simbólico más importante del samurái ya que tenían el deber y el derecho de llevarla siempre consigo, en ocasiones acompañada del wakizashi, la espada corta o puñal con el que practicaban el seppuku, el suicidio ritual con el que se hacían el harakiri, se rajaban el vientre
Cuando en la era Meiji la familia imperial recuperó el poder, uno de sus principales objetivos fue acabar con aquella vieja nobleza guerrera. La abolición de los privilegios de los samuráis se simbolizó con la prohibición de portar armas. Sin su katana, el samurái era uno más. Fue el final del camino para el guerrero más famoso de la historia de Japón.
Los samuráis en la cultura popular
Así como la literatura y el cine estadounidense contribuyeron a extender por todo el mundo el mito del pionero y el vaquero en el Far West, los japoneses iniciaron a partir del siglo XX un proyecto similar: convertir al viejo Japón pre Meiji en leyenda, en sustancia pop: nace así el samurái ‘moderno’, ese mito del que hemos hablado que se perpetúa gracias a la también legendaria cultura popular japonesa.
Uno de los grandes difusores de la cultura japonesa en Occidente no fue otro que Akira Kurosawa, el más célebre entre los cineastas clásicos nipones. Películas como los Siete Samuráis, Ran, Trono de Sangre o La Fortaleza escondida —aquella película que sirvió de algo más que inspiración a George Lucas para idear el universo de Star Wars— llevaron la figura del samurái a todo el mundo, multiplicando su fama.
En décadas posteriores, el manga y el anime aumentaron todavía más la popularidad de la cultura japonesa creando hordas de fanáticos en todo el mundo. 800 años después de que Yoshitsune fuera acorralado en aquel río por todo un ejército, las leyendas de los samuráis siguen despertando pasión… aunque ahora esté prohibido ir con la katana por la calle.
Únete a la conversación