Pasando el embalse de La Peña, en la orilla oriental del Gállego, unas misteriosas moles de piedra surgen vertiginosas del tapiz verde del macizo de los Fils en el Prepirineo oscense. Y cobijado por el Firé, el Puro, el Pisón y compañía, el pequeño pueblo de Riglos, el más poblado del municipio de las Peñas de Riglos.
Así son los mallos de Riglos, uno de los secretos geológicos mejor guardados de Aragón, una magnífica estampa para los amantes de la naturaleza que se ha convertido en una de las mecas de la escalada en España. Vente con nosotros a la Hoya de Huesca a descubrir este alucinante conjunto de formaciones geológicas declarado monumento natural desde 2016.
Los mallos de Riglos, centinelas pétreos del Gállego
La orogenia alpina no solo generó los colosos del norte como el Aneto o el Monte Perdido, también alteró el entorno más al sur fruto de grandes abanicos aluviales que fueron almacenándose unos sobre otros durante el Mioceno hace 20 millones de años: son masas de roca arrastradas hacia el sur durante miles de años que la posterior erosión del agua terminó por configurar, aislándolos y modelándolos en las actuales paredes rocosas en la cara sur de las sierras exteriores del Prepirineo.
Tal es la excepcionalidad de estos bloques de piedra que se han ganado un término en aragonés que designa una formación geológica vertical que está o aparenta estar exenta. Y los de Riglos no son los únicos: en la otra orilla del Gállego tenemos también los mallos de Peña Rueba y Agüero, que, en conjunto, forman el monumento natural.
Ubicados a tres cuartos de hora al noroeste de Huesca, la altura del mallo más alto, el espolón norte del Pisón, roza los 300 metros. Si a su verticalidad destacada sobre la cubierta verde del macizo que los rodea unimos el tono rojizo fruto de la presencia de hierro y arcillas que refulge al atardecer, tenemos ante nosotros un espectáculo que asombra al viajero.
Emblema de escaladores, hogar de buitres
Un escenario tan singular tampoco podía pasar desapercibido para las aves que han encontrado en los huecos generados en la piedra un hogar ideal. Son aves rupícolas como el alimoche, el halcón peregrino, el treparriscos, el quebrantahuesos y, especialmente, el buitre leonado, una de las aves más imponentes que pueblan los Pirineos.
Ave planeadora más que voladora ya que apenas mueve las alas, disfruta observando desde las alturas dada también su envergadura que puede superar los dos metros y medio. Y esa es la razón por la que busca lugares altos y bien cobijados para vigilar los valles al acecho de presas como también vimos en el Cañón del río Lobos.
Los buitres leonados comparten afición por estas verticales paredes rocosas oscenses con los escaladores que desde la tercera década del siglo pasado comenzaron a buscar vías de ascenso.
Una vez que Jean Harloud —miembro de la primera expedición francesa al Himalaya-Karakorum— lideró la ascensión a la punta Buzón del Mallo Firé en 1935, cientos de escaladores han pasado por Riglos.
Desgraciadamente, y dada la gran exigencia de algunas vías, hemos tenido que lamentar varios sucesos trágicos, como la muerte de tres escaladores en 1976. También se ha convertido en los últimos años en enclave para los fanáticos del Salto BASE que se lanzan desde la Visera, del Puro o del propio Firé.
Camino del Cielo en los Mallos de Riglos
No es una metáfora, sino el nombre con el que se conoce a la senda más popular de este impresionante enclave natural de Huesca. Son tan solo cinco kilómetros que a paso ligero se pueden completar en menos de dos horas… pero no podrás, ya que es obligatorio parar cada cierto tiempo para deslumbrarse con el espectáculo de los mallos sobre el pueblo de Riglos y el entorno del valle del Gállego.
Es el pueblo de Riglos el principio y fin de la ruta, pudiendo realizarla en las dos direcciones. Nadie se pone de acuerdo en cuál es la mejor. Si lo haces en el sentido contrario de las agujas del reloj, ascendiendo primero hacia el Mirador Mallo Visera pasando el Mallo Colorado, la primera parte de la subida es un poco más tendida, pero la bajada es más vertiginosa.
Si lo haces en el sentido de las agujas del reloj, subes primero la parte más dura, pasando el Mallo Pisón y el Circo de Verano, para coronar el Mirador Bentuso o Espinablo con las fuerzas un poco renqueantes, haciendo después una bajada más segura rumbo al Mallo Colorado. Sea como fuere, el desnivel roza los 400 metros.
El punto más popular para los fotógrafos, la foto más buscada, no es otro que el propio Mirador de Bentuso, donde podrás obtener una panorámica del Gállego flanqueado por los mallos Pisón y Firé.
Los pueblos de Las Peñas de Riglos
Como no se cansan de repetir en el pueblo de Riglos, el municipio es mucho más que sus mallos, aunque buena parte de los viajeros llegan embrujados por sus veneradas moles pétreas. Pero una vez rozado el cielo desde el mirador es hora de regresar al pueblo y disfrutar de algunos de los tesoros del entorno.
Con poco más de 250 habitantes repartidos en diez pueblos, las Peñas de Riglos es un amplio territorio de más de 200 kilómetros cuadrados a ambos lados del macizo de los Fils. Baja desde Riglos hasta la A-132 y dirígete hacia el norte rumbo al embalse de la Peña para cruzar el puente metálico tras un túnel y visitar la ermita de la Virgen del Puente de la Peña en una pequeña península en mitad del embalse.
Más allá está el pueblo de Santa María de la Peña de apenas 25 habitantes. Desde aquí, tomando la A-1205 pasas ante Triste para luego admirar el espectáculo de la Foz de Escalete frente al pueblo de La Peña Estación.
Y siguiendo hacia el norte, los últimos pueblos del municipio, Ena y Centenero. La arquitectura popular de ambas ofrece una buena muestra de chamineras, las chimeneas de las casas tradicionales de Huesca. Además, desde Centenero tienes unas espectaculares vistas de las cimas del Pirineo cuyos hermanos pequeños lucen orgullosos al sur, en Riglos.
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