Es una localidad definida por ese coloso de piedra construido hace 450 años, pero San Lorenzo de El Escorial ofrece al visitante otros atractivos además de la octava maravilla del mundo, uno de esos emblemas culturales sin parangón a nivel mundial y plagado de misterios.

Te proponemos dos rutas para descubrir la otra cara de San Lorenzo de El Escorial, una urbana por sus calles, plazas y edificios más representativos, y una natural que nos lleva a uno de los miradores más famosos de la Comunidad de Madrid... con vistas a El Escorial, por supuesto.

Una ruta urbana por San Lorenzo de El Escorial

El pueblo se extiende al norte del Monasterio de El Escorial, hacia el monte Abantos - Depositphotos

Tanto si vienes en coche como en tren, lo más probable es que entres en el pueblo por la carretera de La Estación. Y uno de los primeros edificios que te encuentras al llegar al casco viejo es la inmensa Casa de Familias de Infantes, actual Euroforum.

Se trata de un imponente edificio que ejemplifica la evolución del estilo arquitectónico de la localidad en el XVIII con el liderazgo de Juan de Villanueva, máximo exponente del neoclasicismo español, autor del Museo del Prado o de la reconstrucción de la Plaza Mayor de Madrid.

Al otro lado del Euroforum, en el extremo oriental de la calle del Rey se ubica uno de los parkings (de pago) en el que dejar el coche para continuar la ruta caminando: este último tramo de la Carretera de la Estación que comunica con la avenida de Juan de Borbón y Battenberg es uno de los más bonitos de la ciudad porque ofrece la primera (e inolvidable) imagen de El Escorial.

El Escorial desde la avenida de Juan de Borbón y Battenberg - Unsplash

Pero nosotros subimos por la Plaza de Virgen de Gracia, hacia la calle Floridablanca, una de las más hermosas del pueblo, en paralelo al monasterio, pero en un nivel superior.

Es la calle en la que se ubican los puestos de venta ambulante de libros y dulces, además de varios hoteles, restaurantes y terrazas. Frente al Parque de La Bolera están los Reales Cuarteles, levantados ya en tiempos de Felipe V, el primer Borbón.

Y en la esquina con la calle de San Antón, la Fonda de los Milaneses cuya primera función fue el hospedaje durante las Jornadas Reales. Y es que desde Carlos III los Reales Sitios se convierten en sedes de una corte itinerante: los monarcas (y su inmenso séquito) solían acudir aquí en otoño.

Y pasando el Real Coliseo de Carlos III (el teatro construido en el XVIII, uno de los más antiguos cubiertos de España), otro de los emblemas del pueblo: la calle Grimaldi con el pasadizo elevado que comunicaba las casas de oficios, obra de Juan de Herrera y Francisco de Mora. Inevitable sacar algunas fotos ante una de las imágenes más bonitas del casco viejo sanlorentino.

Subimos ahora hacia la plaza de la Constitución, el epicentro de las fiestas del pueblo que a no tardar se llenará de decoración para dar la bienvenida a la Navidad.

Plaza de la Constitución - Unsplash

Multitud de terrazas ofrecen la mejor gastronomía castiza con especial atención a los dulces como las típicas bizcotelas: bizcochitos bañados en chocolate. Os diríamos que están deliciosas, pero no las pudimos probar por un cúmulo de bizarras circunstancias. Pero esto no puede quedar así: volveremos, aunque solo sea por bizcotelas.

La calle de San Lorenzo y la de la Reina Victoria que comunican la plaza de la Constitución con la plaza de San Lorenzo bien merecen también un paseo. En la primera se ubica la Casa de las Tiendas o de las Columnas, encargadas por Carlos III a Juan de Villanueva para servir de manzana de tiendas para arrendar a los comerciantes durante las famosas Jornadas Reales.

Y más arriba de la Plaza de San Lorenzo, la Casa del Duque de Alba y la Casa del Duque de Medinaceli, esta última también con proyecto de Villanueva, hoy pintada con su emblemático tono rojo que la diferencia de buena parte de las sobrias construcciones del pueblo.

Pero nosotros bajamos ya las escaleras hacia la calle Capilla desde la Plaza de la Constitución, otra imagen para recordar, con el objetivo de iniciar la ruta en busca de la famosa Silla de Felipe II.

El Bosque de La Herrería y la Silla de Felipe II

Escaleras que conducen a la Silla de Felipe II - Depositphotos

Si vas desde el pueblo andando, puedes tomar dos rutas diferentes para llegar al bosque: por la calle Calleja Larga que parte hacia el sur desde la carretera de la Estación o por el Paseo de Carlos III desde el monasterio, pasando primero ante el parque Adolfo Suárez.

Si optas por esta segunda opción entrarás en el Bosque de la Herrería por una magnífica puerta con columnas. Si optas por la primera puedes conocer la famosa Casita del Príncipe: de cualquier forma, también puedes hacer la ruta circular en ambos sentidos.

Ambas rutas desde el pueblo confluyen en el Puente del Batán donde se ubica uno de los principales aparcamientos del bosque. Tanto al sur como al norte de la M-505 podrás dejar tu coche y continuar ruta andando... aunque también se puede subir en vehículo hasta las proximidades de la Silla de Felipe II, pero te pierdes un bonito camino por uno de los grandes tesoros naturales sanlorentinos.

Casita del Príncipe - Depositphotos

Y es que desde que Felipe II decidiera que este era el lugar para su residencia, el entorno del monasterio fue preparado para servir de coto de caza, ya sabéis, ese must real incomprensible para las mentes plebeyas.

El monarca ordenó cercar todo el terreno con un muro de piedra de dos metros formándose un vasto territorio de hasta 50 kilómetros de perímetro que tenía continuidad física con el Monte de El Pardo, cerca de la capital.

Con el paso de los años, este territorio fue desgranándose hasta que se quedó una pequeña porción adscrita a Patrimonio Nacional: es el actual Bosque de la Herrería.

Y el emblema del bosque no es otro que la Silla de Felipe II, un asiento labrado en un canchal de granito de los varios que se encuentran en el bosque.

Vistas de San Lorenzo de El Escorial desde el Bosque de La Herrería - Depositphotos

La leyenda dice que fue el rey el que ordenó que se labraran estos asientos de piedra para poder vigilar las obras de El Escorial. Y efectivamente las vistas del pueblo y del monasterio desde el trono pétreo son espectaculares.

No obstante, no hay confirmación histórica de este hecho, existiendo otras teorías acerca del asiento: desde un mirador generado en el siglo XIX en consonancia con los gustos románticos de la época hasta un altar vetón en el que se hacían sacrificios rituales.

Sea como fuere, el camino merece mucho la pena: son poco más de 30 minutos desde el aparcamiento de la M-505 hasta alcanzar el trono real. Un último vistazo a ese coloso de piedra que hace 450 años cambió para siempre la historia de este paraje del occidente madrileño.