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A las islas es mejor llegar por mar. Desconozco qué viajero lo dijo, pero fuera quién fuera ¡tenía razón! Una travesía en barco puede tener el mismo halo de romanticismo que tenían los viajes de los míticos conquistadores. La primera impresión, al tomar tierra firme, hace que te sientas con un espíritu aventurero especial. Así que, en este viaje hemos seguido la máxima romántica y hemos optado por la fórmula barco: Embarcarnos en Barcelona y desembarcamos en la punta noroeste de la isla de Cerdeña.

Además, dependiendo de por dónde hayamos entrado a la segunda isla más grande del Mediterráneo -la primera es Sicilia- nos encontraremos con una isla diferente. Porque Cerdeña tiene lugares muy conocidos, con nidos exclusivos para ricos y famosos, pero también conserva otros sitios donde anida la soledad de lo desconocido y el misterio. Durante el lento transcurrir en el que el barco maniobra para atracar, nuestro libre albedrío empieza ya a elucubrar. Ahí empieza el viaje.

Llegar en barco a Cerdeña

Cerdeña

Fondeamos en punta noroeste de la isla, en un pequeño puerto llamado Porto Tórres. Allí ya tenemos que tener dos cosas claras: la primera es el vehículo en el que nos desplazaremos, y la segunda es tener diseñado un recorrido aproximado de lo que queremos descubrir en nuestro viaje.

Tener en cuenta que una de las ventajas de viajar en barco es que podemos embarcar nuestro propio coche (o moto); pero, de no ser así, recomendamos haber hecho la reserva del coche de alquiler organizada desde España. Una vez llegados a puerto e instalados en el vehículo, atravesamos un largo puente romano, que se conserva en perfecto estado operativo… y empezamos el viaje.

Sugerimos este recorrido: Para empezar, subiremos a la esquina más al noroeste de la isla, que tiene un espectacular litoral con playas de arena fina y alojamientos turísticos de calidad con precios asequibles; después nos adentraremos en el interior, hacia el este, para ‘investigar’ su peculiar historia ¡te sorprenderá!; y finalizaremos el itinerario en la costa oriental para ver de cerca y disfrutar de sus recónditas calas. En una semana nos dará tiempo a “conquistar” varios secretos de esta parte de la isla.

La playa protegida

La Pelosa

Cerca de Porto Tórres, más al norte del noreste isleño se encuentra una pequeña península donde está Stintino, un pueblo de pescadores que tiene (todavía) una exclusiva playa llamada La Pelosa. Se trata de una franja de arena blanca bañada por olas interrumpidas por fragmentos de rocas, que además de conferirle un aspecto de paisaje lunar, realzan los restos de una torre cónica -por cierto aragonesa- que surge del mar como si de una nave espacial se tratara. Es todo muy peculiar porque es obligatorio extender una estera de paja bajo la toalla, y además no se puede fumar.

No solo merece la pena conocer esta playa, sino que también es interesante, desde Stintino, meternos en un barco para visitar la pequeña isla Asinara, que lleva el nombre de sus habitantes, los asini bianchi (asnos blancos). En la isla, aparte de los asnos –Parco dell’Asinara– la única edificación que existe es La Carcere, una prisión conocida como la Alcatraz italiana, y famosa por ser el alojamiento forzoso para los mafiosos más peligrosos. Allí estuvo el capo de la mafia Totò Riina.

La aventura mafiosa

Murales de Orgosolo

Nos dirigimos al corazón geográfico de la isla, una zona montañosa conocida como La Barbagia. El nombre proviene de la palabra griega barbaros (bárbaro), pero fueron los romanos quienes la bautizaron con ese topónimo tras varios intentos fallidos por someter a sus gentes. De aquellos mimbres… (como reza el refrán) salieron algunos personajes famosos en la historia del bandidaje sardo. Y no es leyenda.

Merece la pena visitar Orgosolo, un pueblo misterioso que fue cuna del bandolerismo, así como suena. Enigmático. Métete en Internet antes de ir, y toma nota. Una breve introducción puede resumirse de la siguiente manera: Orgosolo durante mucho tiempo estuvo vinculado al bandolerismo y la violencia. La escritora sarda Grazzia Delleda, que fue Premio Nobel de Literatura en 1926, describe con rigor en su libro Colombi e sparvieri (Palomas y halcones) la escalofriante escalada de violencia que llegó casi a exterminar a dos familias orgolesinas entre 1901 y 1950. La cosa no terminó ahí porque en ese caldo de cultivo surgieron bandoleros que hicieron del secuestro de políticos y terratenientes su quehacer cotidiano en la década de 1960. Graziano Mesina fue uno de ellos. Cuando salió de la cárcel, en 2011, se convirtió en guía turístico de su pueblo…

Pero estamos en 2023 ¡y todo ha cambiado! Para expirar su ancestral pecado, una buena colección de pinturas murales decora las casas de las principales calles del pueblo con una temática claramente reivindicativa. La tortilla secha dado la vuelta y los murales ahora denuncian las injusticias del mundo: gritos silenciosos a favor de la libertad; abucheos sordos contra el capitalismo y el mal uso del poder; y súplicas para que toda la clase política actúe de una manera diferente.

Contemplar sus murales -que no son insulsos grafitis- es como atravesar un pasillo que recorre los acontecimientos más trascendentales que ha vivido la humanidad durante el siglo XX y lo que llevamos de XXI. Así, por ejemplo, se denuncia el golpe de estado coordinado por la CIA que acabó con la vida de Salvador Allende, las desapariciones durante la dictadura argentina que condujeron hasta la desesperación a las madres de la Plaza de Mayo, los asesinatos de la dictadura franquista en España o, mediante una reproducción de la genialidad picassiana, el bombardeo de Guernica. También aparecen los atentados del 11-S, con una inscripción donde dice que los derechos de los pueblos no se consiguen con las barbaries. Un combatiente yace abatido en el suelo con un papel en la mano donde se lee: La tierra para el campesino. En otra pared, un grupo de emigrantes en patera, demasiados en número para una embarcación tan precaria, llegan a la tierra prometida. Un cartel denuncia: Todos somos clandestinos.

Hasta los años setenta del pasado siglo Orgosolo era conocido como ‘la capital del silencio’. Revelar cualquier información inadecuada podía significar terminar los días siendo el blanco de un tiroteo en cualquier lugar del pueblo. Ahora es un interesante pueblo aunque los más viejos del lugar todavía permanecen callados. Los guías turísticos recomiendan que es mejor no hacer preguntas.

Las calas y grutas marinas más bonitas del norte de Cerdeña

Playa de Orosei

Nada más salir del hoyo misterioso nos merecemos respirar profundo. Atravesamos las montañas conocidas como Las Gennargentu, tan elevadas que en invierno están nevadas, y la carretera, de repente, se topa con el mar, formando una media luna de acantilados espectaculares fraccionados por agrestes caminos que se pueden recorrer a pie y que conducen a pequeñas bahías en forma de herradura repletas de calas de ensueño. El camino por carretera acaba -mejor dicho: decidimos que acabe- en Orosei, pequeña localidad privilegiadamente situada en la punta más septentrional del golfo homónimo. Orosei es un tesoro olvidado, un evocador pueblo embellecido por callejuelas adoquinadas que envuelven ancestrales iglesias medievales. A dos kilómetros está La Marina de Orosei, con playas interminables y hoteles de lujo donde alojarse para ver pasar la vida con calma. Inmejorable punto para quedarse unos días.

Las excursiones a las ensenadas del golfo parten de Cala Gonone con las motonaves que van depositando a todo tipo de viajeros en las calas. A las calas sólo se puede ir a pie o en barca, y esta manera de acceso no hace más que añadirle encanto y aventura. Escaladores, submarinistas, buscadores de conchas, piragüistas y turistas de todo pelaje van en busca de su cala soñada.Se puede ir en busca de la cala ideal en la motonave comunitaria o en barcas y piraguas de alquiler.

Cala Luna

Si las panorámicas de los que se aventuran en practicar senderismo por lo alto de las rocas son espectaculares, a medida que las barcas se aproximan a las calas, las vistas desde abajo con los acantilados horadados por cuevas y bañados por el agua en varios tonos de azul resulta, si cabe, más espectacular. Una de las calas más impactantes es la Grotta del Bue Marino, que fue la última morada en Cerdeña de la foca monje -o buey marino, como la conocían los pescadores de la zona-. La gruta es una profunda galería en la que el agua juguetea creando superficies de espejo donde se reflejan los petroglifos neolíticos. Maravilla de la naturaleza.

Las otras calas de la zona tienen nombre propio: Cala Fuili, Cala Luna, Cala Biriola, Cala Mariolu… pero el apellido que las une es el de Paraíso.

Breves apuntes sobre la gastronomía sarda

La gastronomía sarda constituye un capítulo también a descubrir, porque su cocina es muy peculiar. Aunque estamos en Italia, todo es diferente y conviene preguntar qué es cada cosa. Los malloreddus son una aproximación al gnocchi; la fregula es una pasta parecida al cuscús, y los culurgionis son la versión local de los raviolis. El pan, carasau, es como una oblea crujiente; y la botarga son las huevas de mújol. El postre tradicional se llama sebada, y es una especie de ravioli con queso y cáscara de limón; se fríe y se baña con miel.

El marisco es el rey de la mesa sarda pero además se pueden encontrar otras interesantes variaciones locales en los platos de carne. Sobresale el porcheddu, que es el cochinillo al horno. Los quesos se acompañan con un delgado y crujiente pan llamado carta di musica. Los vinos tintos suelen ser fuertes, mientras que los blancos tienden a ser ligeros. Entre los blancos más típicos destacan los elaborados con vernaccia, de color ambarino y secos.