“Deseo vivir hasta los 150 años, pero el día que muera, que sea con un cigarrillo en una mano y un whisky en la otra”. Frases como esta definen a Ava Gardner, una de las grandes estrellas del Hollywood de los años 50 y 60 que un buen día llegó a España para rodar una película y sintió un flechazo que la acompañó el resto de su vida.
Aquella chica campesina que se convirtió en actriz “porque no sabía hacer otra cosa” encontró en nuestro país la horma de su zapato: una tierra racial, exótica, mísera, pero en pleno boom turístico y que abría sus puertas de par en par si se trataba de agasajar a estrellas hollywoodienses. En el siguiente artículo recorremos el Madrid de Ava Gardner deteniéndonos en los rincones capitalinos que el mito animó con su desparpajo sureño.
Ava Gardner en Madrid: sexo, alcohol y flamenco
Ava Gardner nació al filo de la madrugada de la Nochebuena de 1922. La actriz solía bromear con que este hecho marcó su vida: se convirtió en un animal nocturno que desarrolló un extraordinario talento para vivir de noche; “su única habilidad”, según la propia Ava.
Salir de fiesta hasta altas horas de la madrugada en el Hollywood de los años 50 podría ser la perdición de cualquiera, pero no de ella: “Me encantaban las fiestas y trasnochar. Cuando bebía, era sólo por el efecto. Con todas las copas que he tomado, no recuerdo haber disfrutado de ninguna. El único motivo por el que bebía era para superar mi timidez”.
Porque a Ava Gardner no le gustaba ni el cine ni Hollywood, no le gustaba la ficción. Lo hacía por el dinero, sin más. Lo que Ava ansiaba era encontrar un lugar auténtico, puro, sin artificios, aún no contaminado por el ‘american way of life’. Y entonces llegó a Tossa de Mar. Y todo encajó.
Era el año 1950, Ava Gardner tenía 28 años y estaba a punto de consumar su estrellato. Pocos meses más tarde se casaría con Frank Sinatra, pero antes de una de las bodas del siglo en Hollywood, la actriz debía interpretar el papel principal en Pandora y el holandés errante junto a James Mason. Pero la película fue lo de menos para Ava: en la Costa Brava descubrió el calor y el color de un país que luchaba por salir de la depresión.
Cuando poco después Ava llegó por vez primera a Madrid, se dio cuenta de que aquella ciudad bien podría convertirse en su lugar de ‘descanso’ entre rodaje y rodaje. Pese a que aún estamos a principios de los años 50, Madrid ya empezaba a ofrecer esa fiesta que tanto atrae a los turistas. Pero todavía eran fiestas privadas, que se celebraban en lugares casi secretos a los que no todo el mundo podía acceder.
Uno de aquellos refugios confidenciales era Chicote en la Gran Vía, una leyenda que había arrancado en los años 30 y por la que pasarían personajes como Sofía Loren, Hemingway, Ortega y Gasset o Luis Buñuel. Este último, con su tradicional ingenio, la definiría como “la capilla sixtina de los cócteles”. Ni que decir tiene que Ava no tardó en ser una habitual admirado de los ‘frescos’ de Chicote.
Otro de los lugares que pronto se convirtió en clásico en las andanzas de Ava Gardner en Madrid fue la plaza de Las Ventas. Las corridas de toros fascinaron a la actriz, adicta como era a las emociones fuertes… y a los tipos pasionales. La relación de Ava y los toreros merece un capítulo aparte: entre sus numerosas conquistas —ya se había liado con Mario Cabré, torero y compañero de reparto en Pandora— destaca Luis Miguel Dominguín, la razón principal por la que la actriz decide fijar su residencia en Madrid.
Cuentan que la actriz buscaba un lugar elegante pero selecto para vivir en su primera etapa madrileña: la suite presidencial del recién abierto Hilton en la Castellana —actual InterContinetal— recibió a la actriz cada noche durante una buena temporada. No sería el último hogar de Ava Gardner en Madrid. La protagonista de Mogambo también se alojó el chalet La Bruja de la Moraleja y en una casa de Doctor Arce, 11 en El Viso, uno de los refugios más lujosos del centro de la capital.
Una de las anécdotas más recurrentes sobre los excesos de Ava Gardner en Madrid tienen como protagonista otro de los hogares de la actriz en la capital. Dicen que los responsables del Ritz negaron la entrada a la diva una noche que llegaba con alguna copa de más y Ava respondió a la afrenta orinándose en la alfombra del hall. A partir de aquel suceso, el Ritz prohibió durante muchos años el alojamiento al sufrido gremio de actores…
Y es que Ava Gardner fue una de las primeras amantes de la moderna noche madrileña. Tras abrir la tarde con los primeros cócteles en el Café Comercial, Ava cenaba en Lhardy en la Carrera de San Jerónimo para después continuar la fiesta hasta altas horas de la madrugada en los míticos Villa Rosa o el Corral de la Morería: el flamenco fue otra de las pasiones nombrables de la actriz.
Pero antes de volver al hotel, Ava solía cumplir con una tradición puramente madrileña: recargar las pilas con un chocolate con churros… en San Ginés, por supuesto. La actriz norteamericana nunca pudo sentirse anónima en Madrid, pero a buen seguro que, en San Ginés, y parapetada en sus gafas negras, pocos comensales se sentían con ánimos de molestar a la diva.
El final de Ava Gardner en Madrid
Ava recordó con cariño sus años madrileños pero su salida de la ciudad siempre estuvo rodeada de misterio. Dicen que las autoridades franquistas estaban empezando a hartarse del comportamiento ‘disipado’ de la actriz pese a que su presencia en la ciudad siempre suponía una buena campaña de marketing turístico.
Cuenta la leyenda que el vecino de Ava en su chalet de El Viso, un tal Juan Domingo Perón, tres veces Presidente de Argentina, estaba saturado de las fiestas de la actriz y se puso en contacto con algunos ministros franquistas que conocía muy bien. Fue entonces cuando Justo Pérez Urbel, Abad del Valle de los Caídos, visitó a Ava en su casa para rogarle que cambiara su comportamiento. Ava le indicó dónde estaba la puerta. Aquella entrevista nunca fue confirmada (ni negada) por la actriz que poco más tarde recibió un requerimiento de la Hacienda española: debía un millón de dólares.
El siguiente en entrevistarse con la actriz fue Manuel Fraga, por entonces ministro de Información y Turismo. Aunque se negoció una rebaja de la multa, Ava tampoco quedó muy satisfecha con el encuentro con el ministro —se dice que hubo insinuaciones equívocas por ambas partes— y puso fin a su idilio con España. Nunca volvió. Se instaló en Londres y cambió de vida. Menos fiesta, menos noche, nada de toreros, nada de flamenco. ¡Pero que nos quiten lo bailao!
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