Nueve siglos de historia inscritos en los sillares, las columnas y los arcos de un monasterio Patrimonio de la Humanidad. Un conjunto de edificios que vivió el mayor de los esplendores y la ruina más absoluta y que, en la actualidad, ofrece al viajero no solo una visita por uno de los monasterios más impresionantes de España, sino también la posibilidad de pernoctar en él haciendo vida junto a los monjes, con el móvil apagado y en el más estricto silencio.
Así es el monasterio de Poblet, una joya cultural ubicada en la Conca de Barberà, cerca del Priorat, a tan solo 40 minutos al norte de Tarragona. Acompáñanos en esta visita en la que descubriremos su historia y los rincones más célebres del conjunto arquitectónico.
El monasterio de Poblet, hogar de los monjes blancos
Desde sus inicios, la religión cristiana ha vivido periódicas revoluciones que han tenido por objetivo reformar los preceptos que debían seguir los fieles. Es el caso del Císter que surgió a finales del siglo XI en un momento de gran inquietud religiosa con diversas comunidades cristianas censurando la “relajación” en la que se consideraba había caído la Orden benedictina de Cluny, dominante de los monasterios en Francia y España.
En este contexto se circunscribe la fundación de varios monasterios cistercienses en la denominada Cataluña Nueva medieval que hoy forman la Ruta del Císter: Santes Creus en Aiguamúrcia, Vallbona de Les Monges en Lleida y Poblet.
La fundación de este último tiene lugar en el 1150 cuando el conde Ramon Berenguer IV dona a la abadía de Fontfroide, cerca de Narbona, unas tierras de la Conca de Barberà: tres años más tarde ya existe una comunidad de monjes blancos plenamente constituida.
Pero será dos siglos más tarde cuando Poblet alcanza su momento de mayor esplendor actuando como administrador de un gran territorio circundante que incluía 60 pueblos y designando los alcaldes de una decena de villas: los monjes de Poblet no solo se dedicaban a la contemplación, sino que intervenían en asuntos muchos más mundanos.
Y es que, desde finales del siglo XIV hasta su extinción, el monasterio fue panteón real de la Corona de Aragón, prueba de su estrecha vinculación con la casa real.
Pero con el paso de los siglos las comunidades monásticas fueron perdiendo poder hasta que, en el XIX, Poblet no es más un desolador reflejo de lo que fue: un conjunto arquitectónico en ruinas afectado por el pillaje y el abandono.
En 1930 se crea el Patronato de Poblet para recuperar el conjunto: la declaración de Patrimonio de la Humanidad en 1991 —junto a Guadalupe, El Escorial, Yuso y Suso en San Millán de la Cogolla, los únicos monasterios de España con esa distinción— supone el definitivo impulso para la restauración del monasterio.
Recorriendo el monasterio de Poblet
La planta del monasterio muestra tres recintos diferenciados pertenecientes a cuatro periodos constructivos principales sumando hasta 15 dependencias relevantes. Así que los 8,50 euros que cuesta la entrada están bien invertidos porque disfrutarás de un denso recorrido por una joya única en Cataluña: os acompañamos por los rincones más relevantes del conjunto.
Puerta Real, torres y muralla
Lo primero que llama la atención de este conjunto es su estructura exterior que en algunos puntos recuerda a una fortaleza. Fue en el siglo XIV, época de esplendor ya referida, cuando Pedro IV rodeó los edificios con murallas defensivas: un perímetro de 608 metros con una altura de más de 10 metros y un grosor de 2, además de 13 torres.
Las dos torres que flanquean la Puerta Real, único acceso al recinto originalmente —más tarde se abrió uno en la iglesia— son las más destacadas. A la derecha de la Puerta Real encontramos el patio del palacio real y en frente el atrio del abad Ponce de Copons, también del XIV.
A la izquierda se ubica el refectorio de los conversos, también conocidos como hermanos legos: monjes humildes muchos de los cuales no sabían leer y que vivían separados del resto de la comunidad, aunque, teóricamente, con los mismos privilegios espirituales que el resto. A la derecha del atrio se encuentra el antiguo dormitorio de los conversos (hoy bodega), mientras que en el piso superior se ubican más dependencias del palacio real.
El claustro mayor
Pasando el atrio llegamos al claustro mayor terminado en el siglo XIII, uno de los símbolos más reconocibles del monasterio de Poblet. En él podemos apreciar cómo los preceptos de la Orden del Císter en relación a la pureza y la sobriedad alcanzaron también la arquitectura: un claustro deslumbrante en su austeridad, con decoración de motivos vegetales o geométricos en capiteles y ménsulas en vez de escenas historiadas.
Dentro del claustro puedes ver un templete con una fuente destinada a las abluciones de los monjes pero que también tenía un carácter simbólico: evocar el paraíso perdido.
El refectorio
Frente al templete se halla uno de los lugares más hermosos del monasterio de Poblet, el refectorio, el lugar destinado a las comidas de los monjes blancos, que tanta importancia han tenido siempre, también a nivel simbólico, en las comunidades de monjes cristianos.
Se trata de una sala de concepción nuevamente sobria y solemne: una estrecha nave cubierta con una bóveda de cañón ligeramente apuntado, con arcos torales que se apoyan en columnas adosadas a los muros y doce ventanales que iluminan el conjunto.
La iglesia
Al sur del claustro está la iglesia a la que se abrió una puerta en época barroca que da acceso a un atrio del siglo XIII. Poco antes se había terminado la iglesia que, no obstante, ha vivido diversas vicisitudes a lo largo de su historia: desde la reconstrucción de la nave sur y el cimborrio en tiempos del abad Copons hasta el retablo renacentista instalado en el XVI o la propia apertura de la puerta barroca.
Actualmente, la iglesia de Poblet también nos ofrece una muestra de la concepción arquitectónica cisterciense en la que prima el conjunto sobre los detalles: generar un ambiente sobrio en el que la luz sea el elemento dominante que favorezca la espiritualidad.
Así mismo, cabe destacar en la iglesia la presencia de las tumbas del Panteón Real —Pedro IV fue el primer que decidió enterrarse aquí, donde ya estaban sus antepasados Alfonso II el Casto o Jaime I el Conquistador— o la sacristía nueva del XVIII, edificio de blanco centelleante que contrasta en su concepción con la parte más antigua y austera de la iglesia.
El dormitorio de los monjes
Se trata de uno de los espacios más hermosos del conjunto, ubicado sobre el lado norte del transepto de la iglesia. Construido en el siglo XIII, es la primera construcción medieval en Cataluña que sustituye la bóveda de piedra por el tejado de madera y tejas sostenido por 19 arcos ligeramente apuntados apoyados en ménsulas: un espacio que combina la estética cisterciense con la influencia mudéjar.
La sala capitular
Tras la iglesia, es el espacio más relevante del monasterio y en su construcción se percibe el mimo que la comunidad otorgó a su sala capitular, donde se celebran los actos más importantes de la vida regular, excepto la Liturgia de las Horas que se celebra en la iglesia.
Aquí estaban enterrados los abades, tumbas que todavía se conservan en uno de los lados de la sala donde también encontramos tres magníficos ventanales: probablemente el rincón más armónico del monasterio. En el extremo occidental, una puerta comunica con la galería del claustro.
El scriptorium
Y finalizamos este recorrido por las diferentes dependencias visitables del monasterio de Poblet en la biblioteca, otra joya inapelable que ocupaba un lugar clave en las actividades rutinarias de los monjes blancos. Aquí se escribió uno de los manuscritos en catalán más antiguos entre los conservados y el más importante de la Crónica del rey Jaime I: fue escrito en 1343 en tiempos del abad Copons por la mano de Celestino Destorrents.
Transformado en biblioteca en el XVII, se trata de dos salas del siglo XIII separadas por un muro y organizadas en dos naves con columnas en forma de palmera: el lugar ideal para leer y trabajar durante horas… en el más absoluto silencio.
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