El maestro del dinamismo arquitectónico trabaja desde hace años en su edificio más alto, el que será su segundo rascacielos. Porque Frank Gehry se ha prodigado mucho a lo largo de su dilatadísima carrera —tiene 93 años—, pero solamente había ejecutado un rascacielos: New York by Gehry son sus 265 metros de altura.
Ahora, el arquitecto canadiense está poniendo las bases de Forma, un proyecto en su Toronto natal que consta de dos torres residenciales, una de las cuales rondará los 300 metros de altura: es la última locura del starchitect más famoso del mundo.
‘Forma’: Gehry vuelve a Toronto
“¿Quién dijo que es mi último proyecto?”. Frank Gehry se revuelve en su silla nada más comenzar la larga entrevista que concede a Toronto Life. Stéphanie Verge, la entrevistadora, a pesar de conocer bien al arquitecto, da marcha atrás como puede: se ha olvidado de que está hablando con un starchitect, y las estrellas de la arquitectura, como las del rock, “nunca mueren”.
Pero los buenos entrevistadores son irreductibles —o sea, pesados— y no tarda en volver a la carga, aunque hace la pregunta de un modo más sutil: “Supongo que no está pensando en retirarse”. Y Gehry se relaja y responde casi con candidez: “La jubilación me llegará sin querer. Pero nado mucho y hago ejercicio. Estoy bastante saludable, aunque he empezado a olvidarme un poco de las cosas. Estoy volcado en mi trabajo, más que en mi vida social o mi vida familiar. Esa es la prioridad”.
No sabemos que opinará la familia, pero Gehry es así: un arquitecto nonagenario que sigue soñando proyectos locos de edificios que danzan con el viento y centellean con el sol. Porque no cabe duda de que el artista canadiense ha logrado definir un estilo propio que hace que sus proyectos sean reconocibles en un golpe de vista por cualquier observador, sin necesidad de tener formación arquitectónica.
Pero en Forma hay algo más que vidrio reflectante e ilusión de movimiento como nos tiene acostumbrados el maestro del dinamismo, su doble rascacielos supone su regreso a casa, la ciudad que le acogió hasta la adolescencia, hasta que cambió la formal Toronto por el desparpajo californiano de Los Ángeles donde se graduó en arquitectura en la USC.
Suponemos que, en esta fase final de su carrera, Gehry sintió la nostalgia de su niñez y aceptó la oferta que le presentaron para crear un proyecto de altura en Toronto, unos edificios que “destaquen, que mantengan su integridad a lo largo de los años, pero que tengan relación con los edificios antiguos de la ciudad, como el Rockefeller Center (Nueva York)”.
Gehry: deconstrucción, dinamismo y emoción
Escuchando a Frank Gehry no hay apenas rastro de la afectación con la que, a menudo, los críticos arquitectónicos hablan de esta clase de proyectos. Él es más claro porque no tiene (ya) nada que vender. Es Gehry, su apellido se vende solo. Por cierto, Gehry es un apellido inventado —realmente es Goldberg—, lo cambió (según él) porque sonaba “demasiado judío” para su exmujer.
Quizás también esté aburrido de decir una y otra vez lo mismo, de que le recuerden su trayectoria “deconstructivista”, algo que, según el arquitecto, le ha descartado de muchos proyectos: “la gente piensa que soy todo metal corrugado y eslabón en cadena”.
Y es que Frank Gehry comenzó su carrera —bajo el influjo de su héroe Frank Lloyd Wright— reconstruyendo casas, lo que posteriormente se conoció como arquitectura deconstructiva.
Desnudó las habitaciones mostrando parcialmente los elementos estructurales y seleccionó elementos clásicos de las viviendas tradicionales americanas como los contrachapados, el aluminio ondulado y las telas metálicas y las convirtió en elementos plásticos, esculturales: fue el comienzo de su arquitectura dinámica caracterizada por ilusión de movimiento en la piel metálica de sus edificios.
Y el Auriga de Delfos, su ‘otra’ gran influencia: “Tengo una foto de esa escultura en mi oficina y eso es lo que miro. Cuando lo vi por primera vez hace 50 años, me di cuenta de que podías expresar sentimientos con materiales inertes“.
Una arquitectura dinámica, deconstructiva y emocional que, tras obras icónicas como la Sala de Conciertos de Walt Disney o el propio Guggenheim de Bilbao, vuelve a revelarse en obras recientes como la Torre de la Fundación Luma en Arlés… o los rascacielos Forma.
‘Forma’ y el ADN de Toronto
Como buen faraónico proyecto constructivo con un semidios arquitectónico como responsable de su diseño, la historia de Forma da para una trilogía. La idea arranca hace ya más de diez años cuando Gehry se asocia el célebre coleccionista de arte, productor teatral y promotor inmobiliario —y multimillonario, por supuesto— David Mirvish.
Mirvish convenció a Gehry para involucrarse en un proyecto que tenía por objetivo cambiar edificios de oficinas de baja altura junto al teatro Princess of Wales —todo ello propiedad de Mirvish— y crear un complejo que albergaría viviendas residenciales, una galería y un campus universitario.
Gehry presentó su proyecto con un esbozo de tres torres y un puñado de declaraciones viscerales, muy a su estilo: “Toronto ha crecido como cualquier otra jodida ciudad (…) Estamos buscando una forma de significar el viejo Toronto sin copiar lo que otros hicieron ya. No es difícil hacer un rascacielos, pero ¿cómo se hace uno que tenga algo del ADN Toronto en él?”.
Pero el proyecto chocó rápidamente con diversas asociaciones de la ciudad que no veían con buenos ojos tirar abajo un teatro y otros edificios patrimoniales, así que Gehry tuvo que remangarse y cambiar el diseño reduciendo las tres torres iniciales a dos.
Tras diez años de tiras y aflojas, este 2022 se presentó el diseño (casi) definitivo: dos torres construidas con bloques desplazados y apilados en ángulos alternos cubiertos de vidrio reflectante y un revestimiento de acero inoxidable en la fachada.
Las imágenes no dejan lugar a dudas: es un Gehry. El diseño de las torres aspira a generar una ilusión de rotación y movimiento, ofreciendo aspectos diferentes según las variaciones de luz, la meteorología y el ángulo de observación: “Cada ciudad del mundo tiene su propia luz, y esta se ve modificada por los edificios de la ciudad”, justificó el arquitecto cuando presento su último diseño.
El complejo Forma integrará más de 2000 viviendas de lujo e incluirá una extensión del Ontario College of Art and Design, un poco al estilo, aunque a mayor escala, de “nuestra” Torre Caleido que también cobija un campus universitario.
Fiel a su concepto de arquitectura también como pieza artística, Gehry diseña también parte de los interiores de los edificios incluyendo una instalación que se inspira en las hojas de arce, símbolo de Canadá.
El resto de los interiores corren a cargo de Paolo Ferrari: según se dice, el equipo de Gehry insistió en que el interior fuera cálido y tuviera mucha madera. Dicho y hecho, tal como se ve en las imágenes del futuro diseño interior.
“Siempre quise volver a casa” dijo el arquitecto en otra entrevista, “pero no planeé un regreso a casa «tan grande», hubiera construido algo más modesto, de hecho, acabo de comprar un apartamento entero hoy. No estoy seguro de estar aquí para verlo”. Tranquilo, Frank, los starchitects nunca mueren, vuestros edificios son la memoria que os hace inmortales.
Únete a la conversación