Un misterioso pasadizo, el hallazgo de un sorprendente sarcófago, una relación prohibida y una tétrica corona ardiente: estos son los ingredientes principales de la leyenda de la Corona de Fuego, el relato legendario más popular de Monforte de Lemos.
Viajamos a la capital de la Ribeira Sacra para tratar de desentrañar todos los misterios de esta leyenda que ha hecho correr ríos de tinta entre poetas, novelistas e historiadores. ¿Existió realmente una corona de fuego con la que se castigó a un religioso del monasterio de San Vicente del Pino?
El pasadizo y la corona de fuego de Monforte
Los misteriosos pasadizos subterráneos que unen diversas dependencias en una ciudad siempre han despertado fascinación entre los fanáticos de las leyendas. Y es justamente un pasadizo el elemento principal de la historia de la Corona de Fuego de Monforte.
Se trataría de un pasaje que conectaría la iglesia de San Vicente del Pino con el Palacio Condal de Monforte de Lemos, ambos situados sobre el promontorio que domina la localidad lucense, en el margen derecho del río Cabe. De hecho, en algunas versiones de esta historia —que tiene muchas— se afirma que tal pasadizo sería un corredor subterráneo que llegaría hasta el propio río: su función sería, en este caso, defensiva, ya fuese como vía de escape y/o para dar de beber a los caballos de palacio.
Pero el episodio clave de esta historia no tiene que ver con una batalla, sino con un triángulo amoroso, el que protagonizarían el abad del monasterio, el conde de Lemos y la hija —o la mujer, dependiendo de la versión— del propio conde.
Según se narra en ¡Lenda de horrore! A mitra de ferro ardente (1894) del escritor gallego Galo Salinas Rodríguez, este pasadizo subterráneo sirvió para que el abad del Monasterio de San Vicente mantuviera una relación prohibida con la hija del conde de Lemos mientras este estaba ausente. Por supuesto, el abad debía tan solo cuidar a la hija del conde, pero la belleza de la joven hace enloquecer de amor al abad que rompe con sus votos y con la confianza del conde seduciendo a su hija.
En las versiones más sangrientas de la historia, el abad, preso de la locura y temiendo las consecuencias de su acto, llega a asesinar a la hija del conde usando una pócima que prepara un judío de Monforte, pero una doncella lo presencia todo, relatando la truculenta historia al señor de Lemos una vez que regresa a palacio.
Es entonces cuando se produce la escena más famosa de leyenda y que da nombre a la misma. El conde cita al abad para una opípara cena. El religioso desconfía, pero la cena avanza sin incidentes… hasta la llegada de los postres. Un sirviente porta junto a los mismos una corona de hierro al rojo vivo que el conde coloca al abad provocando su terrible muerte. Y así, con la marca de la corona sobre la cabeza, el abad es enterrado.
Los sarcófagos de Monforte
Una pieza más vendría a apuntalar la leyenda de la corona de fuego: son los sarcófagos de Monforte. Por un lado, tenemos el sepulcro de piedra del abad don Diego García III situado al lado de la puerta principal de acceso al monasterio de San Vicente. Apenas se conocen datos sobre este abad debido al terrible incendio que asoló las instalaciones del palacio y del propio monasterio en 1672 y quemó diversos documentos, pero debió vivir en el siglo XIV tal y como se indica en la inscripción en latín de la lápida.
El sarcófago muestra huellas de palancas y zonas ennegrecidas debido a que ha sido abierto en diversas ocasiones para comprobar si el abad enterrado en ese lugar fue el protagonista de la leyenda. En este sentido, se dice que en el interior se hallan huesos sueltos y que en el cráneo se nota la huella de la quemadura. El historiador Otero Pedrayo ha llegado a afirmar que “se encontró en el cráneo la marca del círculo de fuego”.
Pero el hallazgo de un segundo sarcófago complicaría la datación histórica de esta leyenda. Fue en 1931 cuando, durante unas obras, se localiza un nuevo sepulcro bajo la plaza de España de Monforte. Incluye la figura de una estatua yacente ejecutada en mármol, vestido de pontificial con la cabeza sobre almohadones. Se trataría del abad Fray Andrés Pardo que vivió a principios del siglo XVI.
Esta localización era el antiguo emplazamiento de la desaparecida iglesia de A Régoa. Se dice que el propio obispo de Lugo intervino para quitar este sepulcro en 1796. Se desconoce la razón por la que el sarcófago fue abandonado a su suerte sin llevarlo a la nueva iglesia, pero sí se conoce muy bien lo que aparece escrito sobre Andrés Pardo en el libro de registro de Fray Mauricio en 1613.
En esta versión de la historia no hay romance prohibido, sino lucha política entre nobleza y clero. Según Fray Mauricio, Pardo habría perecido por “negarse a ceder sus derechos sobre el señorío y el coto de Doade a favor de los Condes de Lemos”.
Aunque no coinciden en el móvil del asesinatro, el relato del libro de registro del monasterio sí señala la tétrica muerte usando la corona de fuego: “Mandó que los pajes y los criados como si fuesen ministros de Herodes, o del infierno, trajese la mitra de hierro encendida al fuego y que se la pusiesen, como de hecho se puso, en la cabeza del inocente prelado”.
El historiador local Felipe Aira incluye un dato más que da empaque a la leyenda. A pesar de los anacronismos de las diferentes versiones literarias de esta historia, sí que podría haber existido realmente un pasadizo entre la iglesia y el palacio tal y como se señala en unos documentos que pertenecieron al monasterio y que hoy están en posesión de una familia particular.
Así pues, y como suele suceder con cualquier historia que termina en convertirse en legendaria, la leyenda de la Corona de Fuego de Monforte combina hechos históricos con fabulaciones. Que un abad del monasterio de San Vicente pereciese como mártir por una ardiente coronación y cuál fue el móvil de ese terrible castigo, seguirán permaneciendo como sendos misterios por resolver.
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