Sería exagerado decir que Madrid es una ciudad de referencia en arquitectura de vanguardia en comparación con otras grandes ciudades del mundo, pero la capital de España sí cuenta con algunas obras de gran trascendencia que no podemos encontrar en ningún otro lugar del planeta. Es el caso de las Torres Blancas, un edificio que será uno de los ejes de la exposición Sáenz de Oiza. Artes y Oficios que acoge la Fundación ICO desde principios de febrero hasta finales de abril en el marco de la programación del Madrid Design Festival 2020: una excelente ocasión para (re) descubrir el Madrid de Sáenz de Oiza.
“La arquitectura debe conmover aunque tenga goteras”. Francisco Sáenz de Oiza fue un constructor con alma de artista, un arquitecto apasionado por su profesión y en permanente réplica consigo mismo capaz de responder con furia a un crítico para, acto seguido, pedir perdón por sus “edificios sin sentido, llenos de defectos, operados con la pasión que me movía al construir”.
Torres Blancas, un hito de la arquitectura madrileña
El solo hecho de que alguien pida perdón por algo en el mundo en el que vivimos ya desconcierta. Y más si lo hace uno de los arquitectos españoles más importantes del siglo XX, reconocido por las generaciones posteriores como maestro de maestros. Pero Sáenz de Oiza era un tipo peculiar, un soñador dubitativo pero implacable con el tablero delante. “Siempre he querido hacer temblar la tierra, que cada proyecto fuera una sorpresa”.
Las Torres Blancas —que ni son torres, ni son blancas— hicieron temblar los cimientos de la arquitectura madrileña de los años 70 y supusieron un hito inspirador para decenas de jóvenes arquitectos que asumieron las posibilidades expresivas que también podía tener esta disciplina en permanente conflicto: no es fácil hacer converger en un mismo proyecto arte, rentabilidad económica y exigencias inmobiliarias y urbanísticas.
Se trata de un edificio surgido de la colaboración con Juan Huarte, del Grupo Huarte —actual OHL—, que dio carta blanca a Sáenz de Oiza para elaborar un proyecto diferenciador, un símbolo de su poder. “Le dijo que, con la sabiduría e imaginación que tenía, construyera la vivienda ideal en altura sin limitación económica. Como un folio en blanco”, señaló Javier, hijo de Sáenz de Oiza, en una entrevista para Vanity Fair.
Dicho y hecho. El arquitecto navarro criado en Sevilla se inspiró en el crecimiento orgánico de los árboles para diseñar su proyecto que, en un inicio, iba a ser la primera de varias torres, todas ellas revestidas de mármol blanco. Pero ni lo uno ni lo otro. Y es que del papel a la obra hay mucha distancia. De cualquier manera, el grueso del proyecto se respetó, especialmente el intento de romper con los convencionalismos habituales de la arquitectura residencial de los años 60.
Sáenz de Oiza rechazó el concepto diáfano de los rascacielos de cristal optando por la gravedad y expresividad del hormigón, siempre con el desarrollo orgánico de los árboles como inspiración estética. De esta forma, los volúmenes principales se ejecutan con formas cilíndricas y curvilíneas generando unos inquietantes juegos de luces y sombras que configuran el aspecto casi amenazador del edificio.
Los balcones semicirculares, las ventanas angulosas, las pantallas de filigrana de madera en balcones y los poderosos pilares que se doblan en los extremos generan una urdimbre expresionista apenas vista hasta ese momento en la arquitectura residencial madrileña.
“Me gusta el futuro, no la polémica”. Acusado de caprichoso y fútil, Saénz de Oiza defendió su proyecto como una apuesta de futuro. A pesar de las críticas, las Torres Blancas no tardarían en convertirse en una referencia de la arquitectura española ganando el Premio del Colegio de Arquitectos de Madrid y el Premio a la Excelencia Europea en 1974, cinco años después de que fuera terminada.
“Un extraño espectáculo que conmueve y sobrecoge”, dijo de él Ricardo Bofill Levi —autor, entre otras muchas obras, del Twin Center de Casablanca—, “un edificio extraordinario… que no debe repetirse” señaló Francisco de Inza. Y es que las condiciones en las que surgió este proyecto difícilmente podrían volver a repetirse: mucho dinero y carta blanca para diseñar… “La arquitectura no es arte, es negocio especulativo”, solía decir al final de su carrera Sáenz de Oiza, consciente de que en su profesión se ponen en juego muchos elementos contradictorios.
Castellana 81 y ‘El Ruedo’
Aunque el edificio de las Torres Blancas fue un hito irrepetible en Madrid, Sáenz de Oiza siguió desarrollando su carrera en la capital hasta el final de sus días. Hay que recordar que el arquitecto navarro ya había entrado como profesor en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura a principios de los 50 y, aunque se jubiló en los 80, continuó impartiendo clases como profesor emérito.
Y nunca dejó al tablero de diseño. De su estudio surgieron otras obras que marcan la historia de la arquitectura madrileña, caso de Castellana 81, también conocido como Torre BBVA o Torre del Banco de Bilbao, siendo el edificio más reconocible del complejo AZCA en el centro de Madrid.
Influenciado por algunos proyectos de Frank Lloyd Wright —uno de los arquitectos referenciales de la revolución arquitectónica del siglo XX— Sáenz de Oiza apostó en este caso por una solución más acorde a los rascacielos clásicos innovando en la parcela de los materiales con el acabado acero corten y las lunas tintadas en color bronce que pronto se convertirían en un clásico del skyline madrileño desde los años 70.
Pero Sáenz de Oiza no solo construía extrañas torres para mecenas multimillonarios o rascacielos para entidades financieras: el arquitecto navarro se volcó con uno de sus últimos proyectos: las Viviendas de la M-30, popularmente conocidas como El Ruedo. Ubicadas en el distrito de Moratalaz a los pies de la carretera de circunvalación de la capital, este grupo de viviendas sociales debía servir para realojar a más de 300 familias de un poblado chabolista en Vallecas.
Con planta helicoidal y una fachada curvada de gran escala está estéticamente marcada por el uso ladrillo y la proliferación de vanos. Recibió el Premio de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid en 1991… e innumerables críticas de los vecinos por el tamaño de algunas dependencias. “Él hacía dormitorios muy pequeños. Hacía celdas mínimas, como los monjes, porque decía que el dormitorio era para dormir”, defendía su hija Marisa en el artículo de Vanity Fair.
“¿A usted le emociona un paisaje de rascacielos?”, le preguntan en una larga entrevista de 1989 en el programa Adivina quién viene esta noche de Canal Sur. Y el rostro de Francisco Sáenz de Oiza se ilumina como el de un niño que vislumbra sus sueños. El arquitecto navarro no hizo edificios perfectos pero marcó un antes y un después en la historia de la arquitectura española. Su pasión, su carácter visionario, su honestidad y capacidad de autocrítica siguen despertando elogios en buena parte del mundo.
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