Cuatro gigantes pétreos de más de 4 metros de altura labrados en varios bloques de basalto ensamblados entre sí cuya función práctica era sostener la techumbre del templo de Tlahuizcalpantecuhtli, un edificio piramidal ubicado en el centro de la mítica Tollan-Xicocotitlan, conocida popularmente como Tula.
Más de mil años después de su construcción, los Atlantes de Tula siguen despertando fascinación entre arqueólogos e historiadores que, tomando como base estas gigantescas esculturas, debaten sobre la relevancia de la cultura tolteca en Mesoamérica, heredera de mayas y teotihuacanos.
El origen de la mítica cultura tolteca
Con la decadencia de Teotihuacán a partir del siglo VII d.C., la mayor urbe del valle de México pierde su hegemonía. Muchos habitantes del entorno de esta ciudad buscan asentarse en nuevos territorios propiciando el florecimiento de nuevas culturas mesoamericanas.
A unos 100 kilómetros al noroeste de Teotihuacán, en un valle de clima templado irrigado por el río Tula, surge Tula Chico a mediados del siglo VII, el primer núcleo urbano de Tollan-Xicocotitlan, la base de la futura Tula que se convertirá en una de las grandes ciudades mesoamericanas del Posclásico Temprano (900-1200 d.C.), un periodo caracterizado por los frecuentes conflictos militares.
Durante la configuración de Tula Chico aparecen las primeras referencias iconográficas al culto a Quetzalcóatl, la estrella de la mañana, asociada al planeta Venus y que es considerada una de las principales divinidades del panteón mexica.
En este sentido, las crónicas indígenas hablan de un heredero del dios llamado Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, el rey sacerdote que tomó de los dioses las artes y las ciencias llevando prosperidad y florecimiento a Tula Chico hasta la llegada de otro personaje de cualidades divinas heredero de Tezcatlipoca. Las fuentes arqueológicas parecen confirmar que se produjo un enfrentamiento político entre dos facciones tras el cual llega el definitivo esplendor de la cultura tolteca.
Surge así un nuevo centro cívico-religioso sobre las cenizas de Tula Chico que será conocido históricamente como Tula Grande. Fue durante esta etapa que se corresponde con el Posclásico temprano mesoamericano cuando Tollan-Xicocotitlan ocupa la posición hegemónica a nivel político, militar y comercial en el centro de Mesoamérica con una cultura cuya influencia se rastrea desde la cuenca de México y la península del Yucatán hasta El Salvador y Nicaragua.
El descubrimiento de los Atlantes de Tula
En 1529, un joven misionero leonés se embarca en un viaje al otro lado del Atlántico para alcanzar Nueva España, la tierra prometida a la que tres décadas antes habían arribado los exploradores del Imperio español.
Fray Bernardino de Sahagún, considerado ahora uno de los padres de la moderna antropología cultural, pasará los siguiente 60 años de su vida estudiando las culturas mesoamericanas indígenas. El fruto de este trabajo, parte del cual está escrito en lengua indígena náhuatl que aprendió muy rápidamente a su llegada a América, será su monumental Historia general de las cosas de la Nueva España, obra controvertida en su época por el valor que Bernardino daba a la cultura ancestral de los pueblos mexicanos.
Entre ellos, el historiador destaca la cultura tolteca: “allá se se pueden ver sus tepalcates, sus ollas, sus figuras, sus ídolos, sus muñecos, sus brazaletes; por todas partes están, se hacen visibles los toltecas”.
Tomando como base estas crónicas y los trabajos de otros investigadores como Antonio García Cubas a finales del siglo XIX, el arqueólogo Jorge Ruffier Acosta comienza a excavar en el llamado cerro del Tesoro cercano a la moderna población de Tula de Allende en busca de esa mítica Tollan-Xicocotitla.
Tras encontrar los vestigios de una plaza con escalinatas y un altar central, el equipo de Ruffier Acosta contiene el aliento ante el que puede ser uno de los descubrimientos más importantes de la arqueología mesoamericana. Y entonces asoma de la tierra un basamento piramidal con gigantescas secciones pétreas de unas columnas con formas de guerreros: 900 años después, los Atlantes resurgen de la tierra tulense.
Los Atlantes de Tula, el enigma de Tollan-Xicocotitlan
Una vez recuperados, las 4 figuras de los atlantes comienzan a ser estudiadas como si de un rompecabezas se tratara ya que cada atlante está formado por cuatro bloques de piedras y todos ellos aparecieron apilados dentro de un pozo: la pieza inferior representa las piernas, los dos bloques centrales son para el torso y la pieza superior representa la cabeza.
La descripción de los relieves pétreos parece indicar que se trata de guerreros ya que portan escudos, cascos y armamento como el atlatl, una suerte de lanzadardos, que podría ser una influencia de la cultura de Teotihuacán. Además, visten con brazaletes, orejeras, musleras, taparrabos, sandalias y discos protectores en la espalda. Así mismo, destaca el pectoral con forma de mariposa de fuego, representación del dios Xiuhtecuhtli, el dios del calor y el fuego.
Tras la identificación de los relieves de los atlantes, arqueólogos e historiadores debaten sobre sus funciones prácticas y simbólicas. A nivel práctico, pronto se constata que estos gigantescos bloques de basalto tenían funciones portantes: como las famosas cariátides de la Acrópolis ateniense, los atlantes sostendrían la techumbre de la Pirámide B, que es flanqueada por el Palacio Quemado y el denominado Palacio de Quetzalcóatl.
Pero, ¿y a nivel simbólico?, ¿qué valor tenían estos atlantes para la misteriosa cultura tolteca? Por su vestimenta, es evidente que representaban guerreros, probablemente un grupo de guerreros de élite dentro del ejercito tolteca tal y como sugieren sus vestimentas ceremoniales que los emparentan con los dioses.
En este sentido, se sugiere que este grupo de soldados también tendrían un papel ritual y religioso: la expansión de la cultura tolteca no solo sería un proyecto político en un momento de gran intensidad bélica, sino también un deber divino, la de irradiar la influencia de los dioses de la cultura tolteca.
Sea como fuere, aquellos atlantes que dominaban las alturas de una de las pirámides de Tula ejercían un considerable influjo en los habitantes, siendo probablemente uno de los hitos constructivos de la época de esplendor de la cultura tolteca.
El sitio arqueológico de Tula se completa con varios edificios que rodearían la plaza que se supone fue el axis mundi del recinto sagrado de Tula Grande, el eje de la construcción de la ciudad. Además de la Pirámide B de los Atlantes, destaca el impresionante Palacio Quemado, una estructura sorprendente por el hecho de usar columnas de piedra como soporte del techo, algo insólito en la Mesoamérica más allá del área maya.
Y es que la mítica Tollan-Xicocotitlan sigue despertando fascinación entre propios y extraños, entre historiadores y viajeros que sueñan con esa época legendaria y misteriosa en la que Tula Grande fue una monumental urbe que se extendía en 16 kilómetros cuadrados bajo la protección de cuatro gigantes pétreos desde lo alto de una pirámide.
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