Opulentos, señoriales y majestuosos, los palacios han servido de morada de reyes, aristócratas y mandatarios a lo largo de los siglos. Pero además han sido testigos de numerosos hechos históricos, muchos de ellos de gran trascendencia, anécdotas y leyendas, que inspiran relatos y despiertan el interés entre los viajeros.
Hoy estas suntuosas construcciones son objeto de interés turístico, por cuanto permiten adentrarse en los entresijos del poder, los excesos del lujo y, en definitiva, soñar. Visitamos los cinco palacios más bonitos del mundo.
Buckingham, Londres (Reino Unido)
Construido en 1703 para el primer duque de Buckingham, puede presumir de haber salido inexpugnable de las dos guerras mundiales y de ser el símbolo por excelencia de la monarquía británica, pues es la residencia oficial de la reina Isabel II.
Dispone de más de 600 estancias, que constituyen una oda la decoración y la suntuosidad más refinadas, siendo especialmente destacadas Picture Gallery, que guarda obras de Rembrand, Rubens, Canaletto o Vermeer, y Royal Mewns, un magnífico museo de carrozas.
Además, está rodeado por unos colosales jardines; de hecho, son los más grandes de la ciudad. Aunque el gran atractivo turístico es la ceremonia del cambio de guardia que se realiza todos los días con rigurosa puntualidad frente a sus puertas.
Versalles, Versalles (Francia)
Ubicado a pocos kilómetros de París, este emblema francés es uno de los más opulentos y excesivos de Europa, que bien merece un viaje y también esperar las largas colas que se forman para entrar.
Aunque se construyó durante el reinado de Luis XIII como pabellón de caza, fue su sucesor Luis XIV, al que conocemos como el Rey Sol, quien lo convirtió en el mejor símbolo de sus ideales, de la opulencia real y el absolutismo francés.
Y es que el conjunto ocupa 67 000 metros cuadrados y tiene 700 majestuosas habitaciones, entre las que destacan la Galería de los Espejos, que está decorada con 375 espejos, o los Grandes Aposentos. Sin olvidarnos de los enormes jardines, que tienen una extensión de 800 hectáreas y están cuidados con máximo esmero para el goce de la realeza.
Kremlin, Moscú (Rusia)
El intento de los zares por mostrar a Moscú grandiosa e indestructible ante el mundo la ha convertido en una embajadora de excepción de la megalomanía. Aquí, en la capital del país más grande del mundo, la mayoría de los edificios y construcciones son portentosas y rebosan inmensidad.
Y el máximo exponente de esta grandilocuencia es el Kremlin. Ubicado a un lado del río Moscova, entre robustas murallas y torreones, se presenta como un complejo de magnánimas dimensiones que guarda innumerables edificios, entre los que se incluyen catedrales ortodoxas y maravillosos palacios, todas ellas coronadas con las llamativas cúpulas doradas.
Tiene más de 700 habitaciones en las que el exceso decorativo manda, y conserva varios aposentos de los antiguos zares como la Cámara Dorada Zarina. Sin duda, una visita de lo más abrumadora para los sentidos.
Ciudad Prohibida, Pekín (China)
Durante más de quinientos años, este gigantesco complejo palaciego fue la residencia de los súbditos y los emperadores de las distintas dinastías chinas. En la actualidad, constituye todo un reclamo turístico por sus abrumadoras características.
Y es que tiene una extensión de 72 hectáreas, más de 900 edificios y 9 000 habitaciones, lo que lo convierte en el mayor complejo palaciego del mundo. También es el conjunto de madera más vetusto del planeta, cuya orientación se calculó minuciosamente para que estuviera alineado con algunas de las estrellas más resplandecientes del universo. Así que no extraña que la Unesco le haya otorgado el reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad.
Palacio de los vientos, Jaipur (India)
Construido en 1799 para albergar el harén de mujeres del palacio, el Hawa Mahal que decora la “ciudad rosa” rezuma fastuosidad, lujo y opulencia por doquier, que contrastan con el orden caótico y la modestia económica de sus habitantes.
Su exterior luce una original forma piramidal y un particular color rosa (con este tono pintaron el resto de los edificios de la ciudad para embellecerlos ante la visita del príncipe Alberto de Gales, el cual además ha hecho valedora a Jaipur del apelativo de “ciudad rosa).
En ella se alternan más de 900 ventanas, celosías, muros y toda una suerte de motivos decorativos, que forman un conjunto realmente mágico, cuya contemplación es una de esas cosas que hay que hacer, al menos, una vez en la vida.
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