Premio Pulitzer en 1953 y Premio Nobel en 1954, Ernest Hemingway ha sido uno de los escritores estadounidenses más importantes del siglo XX, una pluma ágil, sintética e incisiva autora de obras tan relevantes como El viejo y el mar, Tener y no tener, París era una fiesta o Por quién doblan las campanas.
Tanto esta última como Fiesta están inspiradas en el tiempo que Hemingway pasó en España, país que llegó a conocer muy bien en sucesivos viajes, incluyendo una estancia como corresponsal de guerra cubriendo la Guerra Civil. A continuación, recorremos algunos de los lugares españoles que marcaron la vida de este celebrado escritor.
Hemingway en Navarra
“El único sitio en que podía verse la vida y la muerte, digo, la muerte violenta ahora que las guerras se habían acabado, era la plaza de toros, y deseaba, deseaba con ardor ir a España, donde podría estudiarlo (…) En cuanto a la moral, sólo sé que es moral lo que a uno le sienta bien después, e inmoral lo que a uno le sienta mal, y, juzgando por estas normas éticas, que no defiendo, los toros son algo muy moral para mí, porque me siento muy bien mientras dura y experimento el sentimiento de vida y muerte”.
Ante todo, a Hemingway le gustaba pasarlo bien: no cabe duda de que el escritor era un “pragmático hedonista” si hablamos de moral. Pero, aunque sus palabras sean más que polémicas si las analizamos con la “moral” actual, lo cierto es que el escritor llegó por primera vez a España en 1923 para ver (y escribir) sobre corridas de toros y Sanfermines.
Con 24 años, siendo reportero del Toronto Star, Ernest aterrizó en Pamplona y no tardó en ser flechado por el ambiente de la ciudad en época de fiesta. Porque San Fermín es la fiesta entre las fiestas en España y al escritor le privaba el jolgorio.
Pero la capital navarra no sería el único lugar que conocería en la región durante toda su vida —cuentan que cuando se suicidó en Idaho, más de 35 años después, tenía entradas para el siguiente San Fermín (fue a diez en toda su vida)—, sino que Hemingway comprendió pronto que Navarra y el resto de España eran algo más que guateque y gente corriendo delante de toros.
Ernest se pasó también por Burguete, ubicado en el “el territorio más malditamente salvaje de los Pirineos”, Lekunberri, Yesa, Aribe, a la orilla del río Irati y la propia Selva de Irati, por supuesto, aquel paraíso a una hora de Pamplona que ponía los pelos de punta al periodista y escritor de Illinois.
Hemingway en Euskadi
Hospedado en el hotel Carlton de Bilbao, ya en el invierno de su vida, Hemingway regresó a Euskadi una vez más para definir así la ciudad: “Bilbao es un ciudad industrial y naviera situada en un cáliz de montañas, junto a un río. Es rica, grande, sólida”.
Su objetivo era documentarse para un reportaje a publicar en la revista Life que “creció fuera de control” de las 10.000 palabras pedidas a las 130.000 que terminaron en el libro El verano peligroso cuya temática volvía a versar sobre los toros.
Pero aquella no era la primera vez que el escritor estaba en el País Vasco, ya lo conocía de sucesivos viajes, como cuando estuvo en Hondarribia y Hendaya para documentarse para escribir Fiesta. Ernest también disfrutó en numerosas ocasiones de San Sebastián y la Concha, de pueblos costeros como Zumaia o Elantxobe conociendo a otros artistas como el pintor Zuluaga con quien hizo amistad. En su último viaje a España, dos años antes de morir, también conoció Vitoria.
Hemingway en La Rioja
“El talento consiste en cómo vive uno la vida”. No cabe duda de que Hemingway tenía las cosas claras. Para él la vida era para vivirla, aunque aquel fatídico 2 de julio de 1961 Ernest decidió cambiar de opinión. Pero unos años antes, el escritor tuvo tiempo de visitar las Bodegas Paternina en Haro en septiembre de 1956. Junto al torero Antonio Ordoñez, probó los vinos envejecidos en calados del siglo XVI. Un buen plan, sin duda, que combinó con las Fiestas de la Vendimia.
Hemingway tampoco perdonó las Fiestas de San Mateo de Logroño, visitando otros enclaves de la región como Ollauri, Calahorra, o la Sierra de la Demanda, mientras seguía bebiéndose la vida. Bueno, y tomando notas para aquel artículo para Life que se convertiría en el libro El verano peligroso.
Hemingway en Cataluña
Hemingway hizo acto de presencia en la Monumental de Barcelona y también en algún que otro bar de la ciudad, como el Marsella, pero el escritor también tuvo tiempo de hacer amistad en Cataluña en la época en la que cubría la Guerra Civil.
Fue en Mataró donde conoció a María Sans, la mujer que inspiró el personaje homónimo de Por quién doblan las campanas. Ella trabajaba entonces como enfermera en un hospital para brigadistas internacionales y Hemingway acudió al mismo para ver a un conocido que estaba allí ingresado.
Hemingway en Valencia
Ernest se hallaba en Valencia cuando envió una carta a su padre notificándole que había terminado su primera novela, aquella que se convertiría en Fiesta y sería publicada en 1926. Cuentan sus biógrafos que Hemingway escribió la novela casi en su totalidad en un pequeño hotel cercano a la Plaza de Toros. Cuando finalizaba la jornada de escritura, se iba a bañar a la Malvarrosa.
Y es que la ciudad levantina también marcó la historia del escritor, apareciendo algunos de sus escenarios en otras de sus obras como Muerte en la tarde o Por quién doblan las campanas.
Durante la Guerra Civil, de hecho, Ernest frecuentó el actual inmueble del Hotel Vincci Palace de la calle de la Paz donde estaba la cafetería Alianza: desde allí enviaba los artículos a los periódicos americanos para los que trabajaba. Los hoteles Inglés o Reina Victoria, y los cafés Ideal Room o El Siglo, donde Ernest compartió veladas con John Dos Passos, también recuerdan la huella de Hemingway en Valencia.
Hemingway en Málaga
El escritor también conoció el sur de España, aunque su paso por nuestro país esté más asociado al norte. Hemingway retrató Ronda como una “encantadora y extraña ciudad” conociendo, por supuesto, su más que mítica plaza de toros, una de las más antiguas de España.
Así mismo, Ernest también pasó un tiempo en una finca situada en Churriana, a un paso de Málaga, que fue su retiro durante 1959, antes de dejar España por último vez para no volver más. “Tenía un jardín tan precioso como el Botánico de Madrid. La casa era enorme, magnífica y fresca, de habitaciones espaciosas”. Allí celebró el escritor su 60 cumpleaños.
Hemingway en Madrid
Las estancias de Ernest Hemingway en la capital también merecerían un capítulo aparte ya que estuvo en la ciudad en numerosas ocasiones. Pero si hay un lugar que marcó el periplo madrileño del escritor ese es el hotel Florida en Callao —donde ahora está El Corte Inglés— donde escribió muchas de sus crónicas durante la Guerra Civil e inició su romance con la reportera Martha Gellhorn.
“Era el lugar donde había que estar”, escribió su colega Herbert Matthews en 1937. “Se había convertido en el centro del universo, aunque en aquel momento no era consciente de ello. Lo que sí sabía es que la gran noticia era Madrid”.
Hemingway se alojaba en la habitación 109, en plena línea de fuego, “muy peligroso al estar muy expuesto” según Geoffrey Cox, y es que los proyectiles solían llegar muy cerca del hotel. Y entonces, incapaces de dormir, muchos huéspedes decidían que lo mejor era pasar la noche en el patio del hotel, comentando con whisky el devenir de la guerra, entre otros muchos temas. Y entre todos esos huéspedes, destacaba, por supuesto, aquel tipo alto y corpulento, presuntuoso, incisivo y seductor que respondía al nombre de Ernest Hemingway.
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