“Un museo pretencioso, un museo arrogante. Un museo que exhibe obras poco interesantes como si fueran significativas. Un museo que trata sus contenidos como si fueran más importantes que las personas: este es el tipo de museo que no quiero”.
Dicen que cuando te embarcas en un proyecto es más importante tener claro lo que no quieres que lo quieres. Hayao Miyazakai sabía que su Museo Ghibli no iba a ser otra autocomplaciente colección de objetos para deleite de fanáticos. No, su museo sería como una película del Studio Ghibli, un viaje al lugar donde se forjan los sueños. Nos vamos a Mitaka en Tokio para descubrir el Museo Ghibli, el sueño de Hayao Miyazaki.
Museo Ghibli, la vida es sueño
Encontrar cualquier cosa en Tokio tiene mérito. Solo el hecho de llegar a tu objetivo ya es una satisfacción en sí misma, pero cuando el objetivo es el museo que diseñó uno de los grandes directores de la historia de la animación japonesa, sabes que lo mejor todavía está por llegar. Fue en el año 2001 cuando Hayao Miyazaki lideró la construcción del Museo Ghibli, un homenaje al estudio que había fundado 15 años antes junto al también director Isao Takahata (Heidi, Marco o la preciosa Recuerdos del ayer) y al productor Toshio Suzuki.
Partiendo de la Estación Central de Tokio, tomamos la línea JR Chuo y en media hora estamos en la estación Mitaka. Si salimos por la puerta sur de la estación, en unos 15 minutos llegamos al museo que está integrado en el parque Inokashira. Como si se trataran de los títulos de crédito de inicio de una película, unos carteles a lo largo del paseo van creando atmósfera: el bueno de Totoro nos indica que pronto entraremos en otro universo.
Ya en las inmediaciones del complejo, el visitante se encuentra con algunas esculturas que representan varios personajes de las películas del Studio Ghibli. Suele ser un punto en el que los fans sacan sus móviles para inmortalizar el momento. No tendrán muchas más oportunidades, puesto que no está permitido sacar fotos ni videos en el interior de las instalaciones. Y lo entendemos, sería como hacer un spoiler, ¿no?
Ya en el hall de entrada vamos entendiendo que este no va ser un museo como los demás, de esos es los que hay que seguir la flechita para terminar en la tienda haciendo las compras de rigor que certifiquen que yo estuve aquí. Tranquilos, aquí también hay tienda, pero “los visitantes no están controlados con direcciones fijas”. Además de recordar algunas escenas de El viaje de Chihiro y Mi vecino Totoro, el hall de entrada se asemeja a un laberinto, como esos grabados de Escher.
Y si miras hacia arriba un gran fresco que imita la bóveda celeste de la que parecen colgar flores y plantas hace referencia también a otras historias de Miyazaki como Nausicaä, la película cuyo éxito impulsó al director a fundar Studio Ghibli.
Las sorpresas no se detienen puesto que hasta las propias entradas están impresas en piezas de película real de 35 mm… o lo estaban antes de que llegara la pandemia para arrebatarnos algún que otro sueño. Puedes poner a prueba tus conocimientos sobre el universo Ghibli mirando la entrada al trasluz: ¿qué escena te ha tocado?
Museo Ghibli: el Gato Bus y el robot gigante
Miyazaki tuvo muy presente a los más pequeños cuando diseñó este museo. Ya desde el hall, los niños son ‘tratados como adultos’ recibiendo su propia entrada. Y es que la lógica del Museo Ghibli es la lógica de los niños, de los corazones jóvenes: explorar, imaginar y olvidarse del tiempo.
Buena parte de la planta baja está dedicada a la exposición permanente “Donde nace una película”. En una de las cinco salas que forma parte de esta muestra encontramos la habitación del creador, algo así como un pasadizo que conecta con la mente de Miyazaki en pleno proceso creativo: las paredes y las mesas están plagadas de ilustraciones y bocetos y del techo cuelga un dinosaurio y un avión: los aviones clásicos, esa contagiosa pasión del director japonés que expuso en Porco Rosso o El viento se levanta.
El Teatro Saturno es otro de los espacios más celebrados del museo: un pequeño teatro con capacidad para unas 80 personas en las que a menudo se exhiben obras que no pueden encontrarse en otra parte. Esta era otra de las exigencias de Miyazaki: ofrecer contenido exclusivo, porque para ver otra vez La princesa Mononoke no hace falta irse hasta Tokio, ¿no?
Pero donde tus hijos se volverán locos del todo es en el Gato Bus, uno de los dibujos más populares de Miyazaki que aparecía en Mi vecino Totoro. “Queríamos que el Gato Bus fuera tan grande como en la película, pero como no cabía en el museo, terminamos reduciéndolo un poco”, se disculpan desde el museo…
Otro lugar especialmente diseñado para los más pequeños es Tri Hawks, la sala de lectura con una selección de libros y ‘cosas extrañas’ para estimular la lectura entre los niños. Buena parte de ellos están en japonés, así que nos contentamos como mirar los dibujos.
Llegamos ya a la terraza superior del Museo Ghibli donde se encuentra uno de los lugares más recordados por los fanáticos: la gran estatua del robot de El castillo en el cielo donde sí se suele sacar alguna foto. Para acceder a este espacio debemos subir por la escalera de caracol. Buena parte de esta terraza está consagrada al agua y al mundo vegetal, de gran importancia en la filosofía de vida japonesa.
Por supuesto, no hay museo sin tienda ni cafetería, y el Ghibli no es una excepción. Straw Hat Café, con sus paredes naranjas y sus marcos de ventanas rojas conecta con el Parque Inokashari que rodea el museo. Por su parte, Mamma Aiuto! es el curioso nombre de la tienda de regalos, un guiño a Porco Rosso, una de las mejores películas de Miyazaki.
Así mismo, el Museo Ghibli también ofrece exposiciones especiales: la historia de la gastronomía a través de las películas del Studio Ghibli, ‘Pintando los colores de nuestro films’, sobre el proceso de coloración de las películas, etc.
Pero ya están apareciendo los créditos del final de la película, se enciende la luz, nos indican que es hora de dejar la sala. Nos levantamos de la butaca y dejamos atrás el Museo Ghibli sin querer despertar de ese sueño en el que la vida es, por fin, como una película de Hayao Miyazaki.
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