El turismo está cambiando, buscando su sitio en un escenario social en el que ya no se toleran las actividades humanas abiertamente hostiles con las comunidades locales y con el medio ambiente. En este contexto, tendencias como el slow travel pueden ayudar a que la industria turística encuentre su camino, mientras el propio turista asume su responsabilidad como viajero consciente y respetuoso con los locales y con el entorno natural.
Pero también con nosotros mismos como individuos, recuperando el sentido ancestral de “descubrir”: porque el verdadero viaje es como un espejo en el que descubrimos nuestro reflejo. Y si después de un viaje apenas te has visto, apenas te has escuchado, no vale la pena viajar.
¿Qué es el ‘slow travel’?
El ser humano siempre ha viajado lento… porque no tenía otra opción. No existían los aviones, ni los paquetes vacacionales, ni los guías turísticas, ni el todo incluido. Todo ello surge con el turismo de masas hace pocas décadas.
Así pues, el slow travel no dejar de ser, en primer lugar, una restauración del sentido original del turismo, cuando los primeros viajeros se desplazaban a un lugar diferente al de su residencia como forma de ocio, pero también de conocimiento, y siempre sin prisa, porque no había forma de ir rápido, dadas las circunstancias, especialmente con relación al transporte.
Pero el modo en el que muchos pasaron sus vacaciones en familia no hace tanto tiempo también era slow: varias semanas en el pueblo o en el camping, sin desplazamientos, prisas ni colas para ver monumentos… y sin grandes dispendios económicos.
En segundo lugar, el slow travel es una reacción anticonsumista al turismo de masas, al estrés, el derroche, el barullo y el gregarismo que supone ir todos a los mismos sitios al mismo tiempo; una forma de viajar acumulativa, un síndrome de Diógenes de experiencias intrascendentes que termina por embrutecer al viajero que no comprende nada de lo que ve, solo tacha lugares y/o experiencias (simuladas) de una lista. Ese estilo de viaje está visto para sentencia, por el bien de todos lo que participan en la industria turística y por el bien de los propios turistas.
¿Qué nos motiva a viajar lento?
Desde un punto de vista académico, los investigadores vienen analizando en los últimos años esta tendencia advirtiendo que no existe una definición precisa y consensuada sobre la misma ni está clara la frontera de esa modalidad turística con respecto a otras.
Inspirado por el resto de los movimientos slow, como el slow food, el turismo lento fue promovido por ciudadanos preocupados por el medio ambiente, así como su bienestar físico y salud mental, además del propio respeto de las comunidades locales de los destinos turísticos, como se señala en este estudio de Med Pearls, un proyecto que busca promover un turismo sostenible en los países mediterráneos.
Todo ello surge, como decíamos, como reacción ante un “un turismo mainstream, cada vez más global, rápido y masivo que se ha aprovechado últimamente de los vuelos low cost y de la desintermediación de Internet”.
Un nuevo concepto del tiempo, de la lentitud, de la otredad, de la autenticidad, la sostenibilidad y la emoción, son algunas de las motivaciones de los viajeros slow. Por su parte, este otro estudio cita la relajación, la autorreflexión, el escape, la búsqueda de novedades, el compromiso y el descubrimiento como pilares esenciales de este “nueva” tendencia turística.
¿Qué puede aportar el ‘slow travel’ al turismo sostenible?
Cada vez son más los elementos propios del slow travel que son aprovechados por los expertos en marketing turístico para adecuar sus mensajes a un nuevo escenario social y a un nuevo receptor, a un nuevo target. Las propias instituciones públicas españolas están “echando el freno” en sus propuestas para reconectar con el consumidor turístico.
De forma más o menos hábil, estas estrategias de marketing están llegando también a las empresas del sector turístico que ya son conscientes de que el turismo de sol y playa no es suficiente para que la industria se mantenga a flote, al menos en nuestro país.
Hay que ofrecer algo diferente en sus reclamos publicitarios que incluyan palabras como sostenibilidad, inmersión cultural y autenticidad. Pero sin que ello repercuta en el gasto económico turístico, sino al contrario, que el consumo crezca, si es eso todavía posible.
Tal vez por ello algunos investigadores dudan a la hora de calificar el slow travel como una moda pasajera o incluso como un recurso marketiniano para enmascarar el turismo de siempre, una suerte de greenwashing turístico o postureo más o menos sospechoso.
Pero si vemos el vaso medio lleno y obviamos el desenfreno de una parte de la industria turística por subirse al tren de la sostenibilidad, pero sin pagar billete, no cabe duda de que el slow travel es otro indicio más de que las cosas están cambiando en el turismo, en muchos casos en la buena dirección.
Porque cada vez son más los viajeros que rechazan los destinos masificados, viajan en temporada baja, ajustan más sus presupuestos evitando gastos innecesarios, tratando de comprender el destino sin prisa y con pausa.
Y es que a menudo un paseo sin rumbo e improvisado por una ciudad nos enseña más sobre la misma que seguir la ruta marcada en la guía que todos han comprado en Amazon. O descubrir por ti mismo un restaurante que no aparece en ninguna lista, o desviarte de tu itinerario para ver un paisaje que te ha recomendado un local.
Porque al final de cualquier viaje siempre estás tú mismo, siempre descubres un poco más de ti mismo. Y si estamos rodeados de ruidos, colas, flases y prisas es imposible descubrir nada, ni siquiera tus propios pensamientos.
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