“Crecí en el mar y la pobreza fue para mí fastuosa; después perdí el mar, todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable. Desde entonces espero.” Albert Camus (1913 – 1960) esperó tanto que nunca pudo regresar a Sant Lluís, la localidad menorquina de la que procedían algunos de sus antepasados, entre ellos Catalina María Cardona, su abuela materna que lo crió ya en la costa argelina, el lugar de nacimiento del escritor.
El Premio Nobel, autor de obras como El Extranjero o La Peste, fue fiel hasta su muerte al Mediterráneo, cuya luz, —“capaz de matar los colores”— alumbró buena parte de su pensamiento y su obra. Nos vamos a Menorca tras las huellas de Albert Camus para darnos un baño de resplandor mediterráneo.
Muerte y vida de Albert Camus
El 4 de enero de 1960 Albert Camus viajaba de copiloto en un Facel Vega conducido por su editor Michel Gallimard cuando una rueda reventó. El coche chocó contra un árbol y se partió en dos. Camus quedó atrapado en la carrocería. Entre sus pertenencias, un billete de tren a París. Camus había pasado unos días en Lourmarin, en la Provenza, donde tenía una casa, junto a su mujer Francine Faure y sus hijos Catherine y Jean. Toda la familia tenía previsto volver a París en tren, pero a última hora Albert decidió ir en coche con su editor.
“No hay nada más absurdo que morir en un accidente de coche”. A la leyenda sobre la muerte de Camus y su billete de tren a París no usado se añade aquella frase que el escritor supuestamente había pronunciado un día antes de su deceso al referirse a la muerte del ciclista Fausto Coppi. El padre del absurdismo —etiqueta de la que él renegaba, como de cualquier otra— había tenido una muerte coherente. Por cierto, también se dijo que el KGB manipuló el coche para provocar un accidente, pero esa es otra historia…
Pero con Albert Camus también viajaba aquel día el manuscrito de El primer hombre, una novela autobiográfica en la que volvía al sol del Mediterráneo, aquella misma luz que cegó al Extranjero en una playa argelina, pistola en mano. Porque para Camus sus recuerdos infantiles siempre estaban vinculados al mar que lo vio nacer.
Año 1935. Camus roza Menorca, pero no la pisa. De viaje de novios junto a su primera mujer Simone Hié, sale por vez primera de Argelia y visita Mallorca e Ibiza pero no pasa a Menorca. ¿Por qué? Algunos de los biógrafos más entusiastas elaborarán complicadas teorías para justificar el hecho de que Camus no visitara el pueblo de su abuela, con la que se crio en su Argelia natal al lado de Catalina Sintes, su madre.
¿Por qué un joven tan vinculado a sus raíces como Albert no pone sus pies en Sant Lluís estando tan, tan cerca? Cuentan que hubo un problema con el transporte a Menorca. Otra vez. Y después, Franco. Dijo que mientras siguiera la dictadura en España, no volvería. Y no volvió, claro.
Sant Lluís, el mismo sol que iluminó a Camus
En el ensayo El revés y el derecho, el escritor nacido en Mondovi (actualmente Dréan, en Argelia) en 1913 describe aquel viaje junto a Simone y parece confirmar que no llegó a ver Sant Lluís. En este pueblo menorquín nació Catalina María Cardona que se casaría ya en Argelia con Esteve Sintes, hijo de emigrantes menorquines originarios de Ciudadela.
“Criada por sus padres maoneses en una pequeña granja, se casó muy joven con otro maonés, delgado y frágil, ya que los hermanos se habían instalado en Argelia desde 1848…”. Esta es una de las confidencias familiares que se encuentran en El primer hombre, la obra póstuma del escritor, en la que Camus se pone en contacto con su pasado menorquín que incluso iba más allá puesto que sus bisabuelos maternos también habían nacido en la isla.
¿Qué hubiera sentido Camus si finalmente hubiera logrado llegar a Sant Lluís? No resulta difícil ponerse en la piel del genio y sentirnos como en casa en este pueblo menorquín, aunque nuestro origen esté a muchos kilómetros: es el clásico pueblo mediterráneo de blanco promesa y azul nostalgia.
Sant Lluís es el único pueblo menorquín fundado por franceses que, entre 1756 y 1763, arrebataron la isla a los británicos los cuales tuvieron una gran influencia sobre Menorca durante aquel siglo hasta que en 1802 Menorca vuelve definitivamente a la Corona Española.
Localidad de algo menos de 7.000 habitantes, el perfil de Sant Lluís lo marcan sus casitas de dos alturas respetando rigurosamente la normativa que prohíbe construir más alto. Así es como logra destacar la Iglesia parroquial de Sant Lluís, dedicada en origen al rey francés Sant Louis, donde fue bautizada Catalina María Cardona, la abuela de Camus. Su fachada blanca y pulcra de aire neoclásico bañada del sol del atardecer no desentona con el resto del pueblo.
Cuentan los vecinos de Sant Lluís que este es el único lugar del mundo en el que se puede jugar a la Bolla, una derivación de la petanca en la que se lanzan unas bolas de leña dura con un pequeño contrapeso de plomo a un lado y una muesca en el otro: así rueda de forma casi impredecible. Parece divertido, ¿no? El objetivo es acercar las bolas al boll, un disco plano de caucho o goma. Y es el único lugar en el que se puede jugar a la Bolla porque Saint Lluís alberga la única pista homologada del mundo… en el interior de un bar. A buen seguro que a Camus este asunto le hubiera fascinado.
Nuestro recorrido nos debe llevar ahora lleva a la Sala Polivalente Albert Camus donde desde 2017 se celebran las Trobades & Premis Mediterranis Albert Camus, que cuentan con el respaldo de la familia del escritor y de la Sociedad de Estudios Camusianos. Fundados bajo el liderazgo del exministro de Exteriores Miguel Ángel Moratinos, tiene por objetivo convertir a Sant Lluís en “el Davos literario Mediterráneo, un punto de referencia en el ámbito del pensamiento y la literatura”.
Aunque Camus eran un formidable polemista —para el recuerdo queda su célebre disputa ideológica con el tótem (casi) intocable Jean-Paul Sartre— no estamos tan seguros de que el escritor se hubiera sentido cómodo con tanto homenaje así que seguimos ruta hacia el Museo Etnológico Molí de Dalt ubicado en un antiguo molino restaurado que nos muestra los orígenes del trabajo campestre de los primeros habitantes de la localidad.
Y nos despedimos de Sant Lluís mientras nuestros pasos nos guían hacia el sur, hacia el mar. Nos olvidamos del billete de tren, de un Facel Vega a 180 km/h y de un homenaje sin homenajeado. Preferimos el mar y el sol, aquel sol de dos caras que purga y hostiga, aquel ardor que deslumbró a Merseault, pero que también vio nacer a uno de los más grandes escritores del siglo XX, cuya ética y disidencia siguen plenamente vigentes.
Únete a la conversación