El poeta de la rima y la leyenda, un mito del Romanticismo español que vivió como escribió y que amaba al mismo ritmo que componía; un poeta outsider que siguió creyendo en el amor fou mientras el mundo se administraba paladas de fría y aséptica realidad como antídoto contra la perturbación romántica. Gustavo Adolfo Bécquer llegó tarde y se fue pronto, pero dejó un bonito cadáver y cientos de poemas y pequeños relatos que no tardaron en ser reivindicados por varias generaciones de poetas consagrados a rescatar la belleza, a entregar su fe a ese mundo que solo existe en sueños de papel.
A finales de diciembre de este año también maldito se cumplen 150 años del fallecimiento de Bécquer, uno de los escritores más populares del siglo XX español: porque, más allá de los círculos eruditos que, en ocasiones, discuten la calidad de su obra, es evidente que Bécquer es algo más que otro escritor español: es el epítome del Romanticismo, el Lord Byron español, un poeta que todo el mundo conoce. Para celebrar su aniversario recorremos sus rimas y leyendas a lo largo de la geografía española: de Sevilla a Madrid, de Soria a Toledo y de Bilbao a Zaragoza.
Bécquer en Sevilla
“Me acordaba de aquel paisaje tranquilo, reposado y luminoso en que la rica vegetación de Andalucía despliega sin aliño sus galas naturales. Como si hubiera ido en un bote corriente arriba, vi desfilar otra vez, con ayuda de la memoria, por un lado, la Cartuja con sus arboledas y sus altas y delgadas torres; por otro, el barrio de los Humeros, los antiguos murallones de la ciudad, mitad árabes, mitad romanos; las huertas con sus vallados cubiertos de zarzas y las norias que sombrean algunos árboles aislados y corpulentos, y, por último, San Jerónimo…” (La Venta de Gatos).
Gustavo Adolfo Domínguez Bastida Insausti de Vargas Bécquer Bausa —con ese nombre algo hay que ser en la vida— nació el 17 de febrero de 1836 en Sevilla, ciudad que marcó su vida y su obra como ninguna tal y como podemos comprobar en ese extracto de la conocida leyenda La Venta de Gatos escrita tras volver a su ciudad tras su primera época en Madrid. Pronto, tanto él como su hermano Valeriano empezaron a demostrar dotes artísticas: su padre, el pintor José Domínguez Insausti, firmaba sus cuadros con el apellido Bécquer que procedía de unos antepasados flamencos. Sus hijos no dudaron en añadir también este insólito apellido a sus firmas.
Fue en el número 26 de la calle Conde Barajas, en el barrio de San Lorenzo, donde Gustavo Adolfo vio la luz. Se bautizó días más tarde en la parroquia del barrio. Aunque la casa natal del poeta ha cambiado mucho en estos casi 200 años, una placa recuerda el hecho histórico de su nacimiento.
Otra placa conmemorativa recuerda el lugar en el que Bécquer inició sus estudios: se trata del antiguo Colegio de San Francisco en la calle Jesús del Gran Poder nº29 (actualmente una clínica estética). Fue una época contradictoria para Gustavo Adolfo marcada por la inocencia infantil y la muerte: a los cinco años fallecía su padre y a los 11 su madre. Bécquer se va a vivir con su tía mientras ingresa en el Colegio de Náutica de San Telmo. Allí conoce a Narciso Campillo con quien empieza a escribir, a nadar… y a manejar la espada.
Poco después, el Colegio de San Telmo es suprimido por Real Orden con lo que Bécquer debe reorientar sus estudios. En 1850 el futuro poeta ingresa en un taller de pintura en el Museo Provincial de Bellas Artes donde los hermanos Bécquer se familiarizan con la pintura del Siglo de Oro español. Pero Gustavo Adolfo sigue prefiriendo la pluma al pincel y comienza a publicar algunos poemas.
Los devotos becquerianos también deben acercarse a otros dos lugares sevillanos en los que late el espíritu del poeta. La iglesia del Convento de Santa Inés es el lugar en el que Bécquer imaginó el misterio de Maese y su órgano. Y la Glorieta de Bécquer en el Parque de María Luisa es otro hito imperdible: un grupo escultórico que incluye el busto del escritor y tres figuras alegóricas del amor ilusionado, el amor poseído y el amor perdido. Medio Sevilla acudió a su inauguración en 1911, poco antes de que los restos mortales del poeta regresaran a su ciudad natal.
Finalmente, en 1854 Bécquer se muda a Madrid con la intención de triunfar como escritor. Aunque no volvería a vivir de forma permanente en su ciudad natal, el recuerdo de Sevilla siguió en su corazón y en sus obras:
“Pocos días después abandoné a Sevilla, y pasaron muchos años sin que volviese a ella y olvidé muchas cosas que allí me habían sucedido; pero el recuerdo de tanta y tan ignorada y tranquila felicidad no se me borró nunca de la memoria”. (La Venta de Gatos).
Bécquer en Madrid
“Volverán las oscuras golondrinas / en tu balcón sus nidos a colgar, / y otra vez con el ala a sus cristales / jugando llamarán”.
¿Quién no conoce estos versos? Tal vez sea una de las diez piezas más memorizadas de la de la poesía española. Pues bien, los críticos afirman que ese balcón donde las golondrinas iban a colgar sus nidos estaba en el número 5 de la calle Libreros a un paso de la Gran Vía. Fue en 1858, cuatro años después de haber llegado a la capital con el objetivo de triunfar como poeta, cuando Bécquer ve a Julia Espín, la mujer a la que dedicó sus Rimas, asomada a un balcón. Y varios de los versos más repetidos de la historia de la poesía en castellano brotaron del alma herida del poeta.
Gustavo Adolfo llega a Madrid en 1854 hospedándose primero en una pensión de la calle Hortaleza comenzando a trabajar para editoriales, revistas y periódicos. Pese a estos trabajos esporádicos, Bécquer no consigue progresar y su hermano regresa a Sevilla. Cuentan que Gustavo Adolfo comenzó a trabajar como escribiente en la Dirección de Bienes Generales… pero fue expulsado al ser sorprendido dibujando en un expediente.
Mientras su carrera como escritor comienza a despuntar y su entusiasmo por sufrir de amor está en su momento más delirante, Gustavo Adolfo se casa con Casta Esteban Navarro, hija de un médico que, al parecer, estaba tratando una enfermedad venérea del escritor. Contraen matrimonio en la parroquia de San Sebastián, célebre iglesia de la capital que tan bien retrató Galdós en Misericordia y que fue fecuentada por diversos ilustres de las letras españolas durante siglos.
Gustavo Adolfo y Casta tendrán tres hijos. La relación entre ambos tuvo muchos altibajos, dudándose incluso de la paternidad del tercer hijo de la pareja. Pese a todo, en los últimos meses de la vida del poeta, Casta y Gustavo Adolfo volvieron a vivir juntos. Una placa en la fachada del número 25 de la Calle Claudio Coello recuerda el lugar de fallecimiento de Bécquer.
De 1861 a 1865, Bécquer escribe en el periódico El Contemporáneo: son sus mejores años desde un punto de vista profesional ya que va consiguiendo prestigio tanto de periodista como de escritor. Pero también es una época en la que su salud vuelve a resentirse lo que lleva al poeta y a su familia a buscar otros destinos.
Bécquer en el norte
“La noche de difuntos me despertó, a no sé qué hora, el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria. Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca, y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como, en efecto, lo hice”. (El Monte de las Ánimas)
La recaída de tuberculosis que Bécquer sufrió en 1863 llevó al poeta a hacer las maletas y poner rumbo a otros destinos más salubres que el Madrid de la segunda mitad del XIX. El hecho de que la mujer de Bécquer fuese de Torrubia llevó a la familia a recorrer tierras sorianas durante meses lo que impactó positivamente tanto en la salud como en la obra del poeta.
El Monasterio de San Polo, Gómara, Almenar de Soria o el propio Monte de las Ánimas son algunos de los pueblos y lugares que inspiraron a Bécquer para escribir varias de sus leyendas más recordadas. Actualmente, en Noviercas existe un museo dedicado al poeta, mientras que en Torrubia se ha creado un museo para destacar la figura de Casta.
Pero el destino final de Bécquer en este periplo hacia el norte lo lleva al Monasterio de Veruela al pie del Moncayo en la provincia de Zaragoza donde el escritor pasa una larga temporada respirando aquel aire puro: el Monasterio era en esa época un lugar de retiro de enfermos de tuberculosis. Allí escribió el poeta las cartas después agrupadas con el nombre de Desde mi celda. Actualmente, cerca del Monasterio, una cruz conocida como la Cruz Negra de Bécquer marca el lugar en el que el poeta se sentaba a escribir y esperar la correspondencia y los periódicos que le llegaban de Madrid.
Hay que señalar que en años sucesivos Bécquer siguió viajando por tierras norteñas lo que le lleva a recorrer Navarra para conocer, entre otras localidades, Tudela o Fitero. En esta última se relaja en sus aguas termales. Hoy el Balneario de Fitero se conoce como de Gustavo Adolfo Bécquer en honor al poeta sevillano.
De Navarra también pasó a La Rioja, donde quedó prendado de las ruinas de la ermita de Nuestra Señora de Yerga en la que situó la acción de la leyenda El Miserere. Pero es que Bécquer también dejó su huella en el Cantábrico conociendo Bilbao y tomando baños en las playas del norte de la ciudad.
Bécquer en Toledo
“Terminado este brevísimo diálogo, los dos jóvenes se internaron por una de las estrechas calles que desembocan en el Zocodover, desapareciendo en la oscuridad como esos fantasmas de la noche que, después de aterrar un instante al que los ve, se deshacen en átomos de niebla y se confunden en seno de las sombras”. (El Cristo de la Calavera).
Esta ruta siguiendo las huellas de Gustavo Adolfo Bécquer nos debe llevar también a Toledo, ciudad a la que el poeta se retiró en 1868, su ‘año tétrico’: durante el verano en Noviercas se separa de Casta debido a una supuesta infidelidad de esta y se pierde el manuscrito con sus nuevos poemas durante los disturbios revolucionarios. No había mejor ciudad para recuperar la inspiración y el entusiasmo de un devoto romántico que Toledo. Bécquer reside durante unos meses en la calle de San Ildefonso donde el poeta entrega algunos de sus textos más recordados.
Bécquer vuelve a Sevilla
Gustavo Adolfo muere el 22 de diciembre de 1870 en Madrid, a donde había vuelto después de su breve estancia en Toledo. Fallece tan solo tres meses después que su hermano. Ambos son enterrados en el Patio del Cristo en la Sacramental de San Lorenzo de la capital. Catorce años después, la Sociedad Económica de Amigos del País pide por primera vez que los restos mortales de Bécquer se trasladen a Sevilla.
No fue hasta 1912 cuando se aprobó que Gustavo y Valeriano fueran enterrados en la iglesia de la Anunciación de Sevilla: un cortejo de cientos de personas —entre los que estaba un niño llamado Luis Cernuda— acompañó a los féretros de los hermanos el 11 de abril de 1913. Finalmente, en 1972, los restos mortales de Gustavo Adolfo Bécquer se trasladaron a la cripta conocida como el Panteón de Sevillanos Ilustres en la propia iglesia de la Anunciación: un ángel y numerosos poemas, cartas y dedicatorias adornan la tumba del último romántico español.
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