Es una de las figuras de la pintura del siglo XX que más fascina a los niños y eso es porque, de alguna forma, Marc Chagall nunca perdió la inocencia, la imaginación y el libre pensamiento infantil. Y así se enfrentó durante toda su vida a un mundo saturado de violencia y crueldad, pero también, como siempre, de belleza y utopía: sin perder la esperanza de que, con un pincel y unos pigmentos, con una palabra y un abrazo, todavía podemos iluminar nuestro lado oscuro.
Las raíces de Chagall: las Rusias blanca y roja y la cultura yidis
Nuestra primera parada siguiendo las huellas de Marc Chagall debe ser Vítebsk, una ciudad del noreste de la actual Bielorrusia donde el pintor nació en 1887 cuando este territorio pertenecía al Imperio Ruso: Chagall fue el mayor de nueve hermanos.
Casi un siglo más tarde, en 1992, la ciudad abría el Museo Marc Chagall. Compuesto de dos edificios diferentes, el museo combina documentos y objetos personales del artista en la que fue su casa con un centro de arte que reúne más de 300 obras gráficas, además de reproducciones de sus pinturas más famosas.
Y es que el origen tanto geográfico como histórico y social de Chagall es fundamental para entender su obra. Aunque estuviera viviendo a miles de kilómetros de Vítebsk, su iconografía siempre permanecerá enraizada en su Rusia natal, teñida de fantasía, sueños y nostalgias, de campesinos, isbas nevadas y animales de granja.
Tras formarse en San Petersburgo, hace su primer viaje a Europa donde entra en contacto con la vanguardia para después regresar a casa donde se ve atrapado por dos sucesos que cambiarán para siempre la historia del continente: la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa.
Chagall es nombrado entonces comisario de Bellas Artes en la región de Vítebsk donde se afana en desarrollar una escuela popular de arte que abandona años más tarde tras ser depuesto por Kazimir Malévich, otro tótem del arte ruso de vanguardia.
Ya en Moscú, Chagall desarrolla otra vertiente que será fundamental en su carrera: su conexión con la cultura yidis que designa tanto la lengua como el modo de vida de los judíos asquenazíes del centro y el este de Europa. En contacto con miembros de la Kultur Lige ucraniana que se encargaba de difundir la cultura yidis, Chagall tampoco perderá nunca su conexión con su origen judío como muestra en innumerables obras de temática religiosa.
El exilio de Chagall: Europa, Palestina y Nueva York
En 1922, Chagall abandona Rusia definitivamente pasando de Berlín a París, ciudad en la que conoce a Ambroise Vollard, uno de los grandes marchantes de la historia del arte del siglo XX, organizando, entre otras muchas, la primera exposición de obras de Picasso en París en 1901: Chagall no tarda en explotar sus cualidades en los felices años 20 parisinos.
Pero bajo aquel lujoso tapiz creativo y libertario, se fraguaba la más grande de las tragedias humanas contemporáneas que afectaría de forma directa a Chagall que aún tuvo tiempo de visitar Palestina en 1931, viaje tras el cual realiza numerosas obras de temática judía en las que muestra su temor ante un escenario cada vez más amenazante para el continente: “Los profetas atormentados de Vítebsk hicieron su aparición en mis cuadros”.
Efectivamente, el tormento sería definitivo desde 1939 y Chagall abandona Europa dos años más tarde, no sin antes ser uno de los grandes “protagonistas” de la mítica exposición Arte Degenerado que los nazis presentaron en Múnich en 1937 para mostrar el nivel de “degradación” que había alcanzado el arte de vanguardia, justamente tras una de las épocas más gloriosas de la cultura alemana de todos los tiempos, la que se vivió durante la República de Weimar poniendo las bases, por ejemplo, del expresionismo cinematográfico que aún hoy, un siglo después, sigue influyendo en el séptimo arte.
Durante siete años, Chagall vivirá en el número 4 de la East 74th Street de Nueva York, a un paso de Central Park, donde asistirá a la muerte de su primera mujer que aparece en algunas de sus obras más famosas. Pese a ello, el artista bielorruso conquista también la ciudad con su inimitable estilo que combina el naïf más adorable en la forma y la nostalgia más lacerante en el fondo: como un niño incapaz de mentir, la obra de Chagall es pura autenticidad, inocente pero brutal.
El final de Chagall en la Costa Azul de Francia
Que Marc Chagall era todo un mito viviente a su vuelta a Europa lo prueban la importancia de sus encargos: desde las vidrieras de la Catedral de Reims hasta el techo de la Ópera de París, pasando por su proyecto para la sede de la ONU en Nueva York.
Pero es que, además, Marc Chagall se convierte en el primer artista vivo en tener un museo, empatado con Dalí que por la misma época había abierto su museo en Figueres. Chagall optó por Niza, ya que el pintor llevaba tiempo viviendo en la Costa Azul francesa después de su regreso de Estados Unidos.
El eje de este museo, hoy día uno de los lugares más visitados de la ciudad francesa, lo forman las 17 obras del Mensaje Bíblico que hizo entre 1956 y 1966. Actualmente, el Museo Chagall de Niza tiene la mayor colección mundial de obras del pintor, algunas de las cuales hemos visto en la reciente exposición sobre el pintor en Madrid.
Y nuestra última parada en este viaje nos lleva a la tumba de Chagall en Saint-Paul de Vence, cerca de Niza, uno de los pueblos más bonitos (y artísticos) del sur de Francia donde Chagall pasó sus últimos días junto a su última esposa.
Únete a la conversación