Conocer los hechos de nuestra historia medieval es siempre un buen plan viajero, y el sureste de la provincia de Soria -como sucede en otras tantas provincias españolas- ofrece un buen manojo de curiosidades históricas que siempre nutrirán nuestro acervo cultural y harán que el viaje de placer sea más gratificante. Ya sabéis aquello de: “el saber no ocupa lugar”. Pues eso.
La historia cuenta que entre los siglos VIII y XVI, el actual territorio soriano fue un tablero de juego convulsionado por las luchas de frontera. Primero entre los reinos cristianos y el poder andalusí, luego entre Castilla y Aragón. Sin embargo, a pesar de los ríos de tinta que describen los hechos, los territorios fronterizos no siempre separaron mundos tan distintos, porque las tres culturas que coexistieron en tiempos medievales -cristianos, judíos y musulmanes-, evidentemente eran distintas, pero no fueron tan distantes. Murallas, monumentos y gastronomía perduran. Visitamos cuatro localidades sorianas, en sentido de sur a norte. Empezamos en Tierras de Almazán.
Los pueblos medievales más bonitos de Soria
Almazán, la amurallada
Como casi todos los enclaves de esta zona, Almazán tiene un origen árabe, como así lo indica el nombre: al-mazaan que, en árabe, significa ‘El Fortificado’. La ciudad -la mayor en habitantes después de Soria capital- conserva tramos de la muralla que la rodeaba, árabe en sus cimientos y reconstruida posteriormente en época cristiana en el siglo XIII. Entramos a la villa por la ‘puerta grande’, la Puerta de la Villa, un gran arco ojival flanqueado por dos torreones cilíndricos. Primera foto y primera parada, porque nada más entrar se encuentra la pastelería ALMARZA La Casa de la Yemas, y no deberíamos perder la ocasión de probar las famosas yemas de Almazán, de tradición centenaria (desde 1820) ¡De lo mejor del viaje!
Esta puerta da paso a la Plaza Mayor, ágora ancha pavimentada con losas de granito y pizarra, a la que se asoman, entre vetustas casas, los edificios que representan los estamentos del sempiterno poder: el clero, representado por la Iglesia de San Miguel, y la nobleza representada en el Palacio de los Hurtado de Mendoza, fiel recuerdo del esplendor de épocas pasadas, como cuando se estableció allí la corte de los Reyes Católicos. Allí se encuentra el Centro de Recepción de Visitantes, de obligada visita, ya que custodia el llamado ‘Tríptico de Almazán’, un conjunto de batientes de madera policromada realizada en los talleres de Flandes y atribuidas al insigne pintor Hans Memling. Una joya de la pintura flamenca digna de figurar en El Prado.
También es interesante visitar la Iglesia de San Miguel, que está enfrente. Constituye una muestra, diferenciada y definida, de varios estilos arquitectónicos, empezando por el románico (s. XII) enriquecido por posteriores influencias mudéjares, lombardas, cistercienses. E inquietante la imagen gótica (s. XIV) de San Miguel, que hace lustros que espera una concienzuda restauración.
El tiempo que dediquemos al almuerzo, podemos pasarlo en el restaurante El Rincón del Nazareno, peculiar nombre para un lugar que, además de los famosos torreznos sorianos, puede preparar bajo reserva todo un ágape ‘en regla’ sobre la cocina prohibida de la Soria judeoconversa. Experiencia única.
Los aficionados a las fiestas folclóricas deberán apuntar en su agenda de 17 de mayo, festividad de San Pascual Bailón, ya que ese día se celebra ‘El Zarrón’, una fiesta ¡con baile! en la que intervienen esperpénticos personajes ataviados con ropas pastoriles.
Tierras de Berlanga
El río Duero serpentea junto a la carretera que va de Almazán a la medieval Berlanga -hoy con el añadido ‘de Duero’ (32 km.)-, que será nuestro próximo destino. La configuración actual de Berlanga de Duero dista bastante de su fisionomía durante el Medievo, pero la solemnidad de su castillo, uno de los más espectaculares de la provincia, las calles porticadas de su casco antiguo y lo que queda de la judería, convierten a esta localidad en un conjunto histórico artístico digno de visitar.
Como primera curiosidad, de entre sus perfiles históricos, destacamos el hecho de que su primer alcalde fue Don Rodrigo Díaz de Vivar, es decir: El Cid. A la entrada de la villa, como testigo de su pasado, se encuentra el rollo (la picota para ajusticiar a los reos), uno de los más interesantes de la región por la decoración que ostenta: un león sosteniendo con tres patas un blasón heráldico y tapándose los ojos con la cuarta pata.
En esta villa, otra importante figura -¡con estatua incluida!- es la de su vecino más ilustre: Fray Tomás de Berlanga (1487-1551), obispo de Panamá, descubridor (eso es lo que se puede leer en la placa de su casa natal) de las Islas Galápagos, consejero de Carlos V e ideólogo del Canal de Panamá ¡“casi ná”!…
Y que, para los coleccionistas de leyendas frikis, tiene la siguiente leyenda: “El fraile Tomás, renunció al obispado panameño y regresó a Berlanga trayéndose un gran caimán, con el que se paseaba tranquilamente por las calles del pueblo. El animal parecía calmado y manso. Cuando el fraile murió, el animal recuperó su fiereza y se dedicó a atacar a las muchachas que no habían conocido varón, o sea: a las vírgenes. Así que, los vecinos del lugar concluyeron que había que matarlo para protegerse del poder misterioso del perturbado animal”. Aquel bicho raro fue colgado del techo de la Colegiata de Santa María del Mercado, donde hoy todavía se puede ver. Sin palabras.
A 3 tres kilómetros del pueblo, encontramos el antiguo convento de frailes franciscanos de Paredes Albas. Del antiguo convento, construido en el siglo XVI sobre una ermita gótica solo se conserva la iglesia del convento, a la que se puede acceder libremente. Es un lugar enigmático por su estado de abandono. Si te gusta la fotografía de lugares abandonados, es un buen sitio.
Calatañazor, Almanzor… y su tambor
La tercera villa que visitamos es Calatañazor, la más pequeña del recorrido: 50 habitantes censados en estos tiempos de principios de 2023. Sin embargo, este pequeño pueblo, es el que conserva las trazas medievales más evidentes y mejor conservadas. Empinadas calles jalonadas por casas fabricadas con entramado de vigas de madera y adobe conducen hasta las ruinas del castillo, desde el que se contempla el Valle de la Sangre, llamado así porque allí se libró la batalla entre ‘moros y cristianos’ que determinó la frontera entre el Reino Cristiano y Al-Ándalus.
En medio del valle, entre floridos campos de girasoles, destacan los restos del arranque de la espadaña y la portada de la ermita de San Juan Bautista, que es lo único que queda de sus ruinas. El pintoresquismo del lugar no empaña la armonía de su belleza porque tiene, perfectamente integrados en el entorno: el supermercado, la tienda de souvenirs, la Casa Rural, y su magnífico restaurante La Casa del Cura donde, como es de esperar, sirven contundentes platos tradicionales regados con vino de la Ribera del Duero.
Nos hartaremos de hacer fotos. Y cuando te detengas frente al busto de Almanzor, recuerda que, en el año 1000, Al-Mansur -que significa El Victorioso en árabe- conocido por los cristianos como Almanzor y que era el caudillo musulmán más temido de su tiempo que arrasaba pueblos enteros por los reinos cristianos por los que pasaba, se detuvo en Calatañazor. La fortaleza fue rodeada por un ejército formado por fuerzas leonesas, castellanas y navarras… que derrotaron a las huestes musulmanas, hiriendo de muerte al propio caudillo árabe. De ahí el popular dicho: “En Calatañazor, Almanzor perdió el tambor”.
Y cerramos el bucle histórico recreando la escena que cada uno se invente de esta leyenda: “Un monje vio al diablo llorando en el campo de batalla”.
Únete a la conversación