Tras la revolución bolchevique, muchos rusos se vieron obligados a emigrar de la recién creada Unión Soviética: son los denominados rusos blancos que fueron los perdedores de aquel conflicto que marcó la historia de Europa en el primer tercio de siglo XX.
Un buen número de rusos emigrados llegaron a París, donde sus restos encontraron acomodo en el cementerio de Sainte Geneviève des Bois, a unos 35 kilómetros al sur de la capital francesa. Un siglo más tarde, en una época también marcada por el conflicto, visitamos este cementerio siguiendo las huellas de algunos de los artistas rusos más relevantes del siglo XX.
Tras las huellas de Nureyev y Tarkovski en las afueras de París
Visitar un cementerio siempre es una experiencia extraña, especialmente cuando allí no vas a encontrar a ningún ser querido. No vas a poner una flor en la tumba de un familiar, sino a buscar las tumbas de varios personajes que marcaron la historia cultural de un país, una concesión un tanto frívola a la mitomanía que te hace dudar mientras avanzas.
Pero la sensación de que debes una ofrenda a esos referentes y que la mejor manera de rendirles respeto es dedicar una mañana entera a poner tierra de por medio con la ciudad de la luz —porque nunca se sabe cuándo vas a volver por allí—, te termina por impulsar a continuar con el plan. Y tras algo menos de una hora de tren y autobús, llegas a las puertas de uno de los cementerios rusos más famosos del mundo… fuera de Rusia: 5.200 tumbas entre cientos de pinos, abetos y abedules, para dar una impresión más “rusa” al suelo francés.
La capital de los rusos blancos
Tras la Revolución Rusa, la benefactora inglesa Dorothy Paget junto a varios rusos habían abierto una casa de retiro para emigrados del país. La ciudad de Sainte Geneviève des Bois cedió entonces unos terrenos municipales al grupo de Paget para enterrar a algunos de estos migrantes.
Y es que hasta 12.000 personas llegaron a París en la primera oleada tras el alzamiento de los bolcheviques. Entre los primeros rusos que descansaron para la eternidad a las afueras de la capital francesa está el príncipe Félix Yusúpov, célebre por ser uno de los cabecillas del bizarro plan para asesinar a Rasputín que terminó como el rosario de la aurora. Lograron su objetivo tras usar veneno, múltiples disparos, golpes con barras de hierro y ahogamientos, pero también convirtieron en un mito al siniestro (y casi inmortal) consejero de los Romanov.
La tumba de Andréi Tarkovski
Aunque el flujo de exiliados rusos fue reduciéndose con el paso del tiempo, nunca se detuvo del todo. La situación en la Unión Soviética siempre fue delicada, especialmente si tu trabajo chocaba con los rotundos objetivos de los dirigentes comunistas.
Ese fue el caso del director de cine Andréi Tarkovski que a finales de los años 70 se encontraba en un punto de no retorno en su carrera artística. Con cada vez más dificultades para financiar sus proyectos a pesar del éxito internacional de los mismos, aprovechó su presencia en Italia para rodar su sexta película —Nostalgia— para no volver nunca más a la Madre Patria.
La separación de su hijo y de buena parte de su familia marcó el título de esa película y del resto de su vida: una ambivalente sensación entre tristeza, miedo y culpabilidad. ¿Realmente merecía la pena estar separado de su hijo para poder seguir haciendo lo único que sabía hacer, lo único que llenaba su alma?
En los cinco años siguientes, Tarkovski se convirtió en un nómada cinematográfico buscando financiación por toda Europa hasta que llegó a Suecia para rodar Sacrificio, la que sería su última película. Diagnosticado con cáncer, pasó sus últimos días en París, alejado de aquel país que tanto adoraba. A buen seguro que hubiera preferido ser enterrado en su Zavrazhie natal, pero fue el cementerio de Santa Genoveva del Bosque el que aloja los restos de uno de los mejores directores de cine de la historia.
El deslumbrante kilim de Nureyev
Pero hay una tumba que atrae la mirada de todos los visitantes del cementerio de Sainte Geneviève des Bois, incluso aunque no vayan buscando rendir homenaje a su propietario. Cubierta por un impresionante mosaico cromático que imita un kilim, un tipo de alfombra de origen oriental de poco grosor y vivos colores que suele estar decorada con motivos geométricos, es la tumba de Rudolf Xämät ulı Nuriev, más conocido como Rudolf Nureyev, quizás el bailarín más popular del siglo XX.
Cuando murió en 1993, con 54 años, varios de sus amigos se afanaron en diseñar una tumba a la altura del genio ruso. El diseñador Ezio Frigerio, el arquitecto Stefano Pace y la experta en mosaicos Francesca Fabbri completaron una obra maestra cuya mera observación ya es justificación suficiente para entrar en este cementerio, aunque el cine, la danza y los rusos no sean santos de tu devoción.
Porque en todo momento dudas de que esta tumba no esté realmente cubierta por un tapiz, con sus magníficos pliegues e hilos dorados. Solo cuando te acercas mucho para comprobar su calidad táctil caes en la cuenta de que se trata de un mosaico: una maravilla que, a buen seguro, hubiese enamorado a Nureyev que era un coleccionista empedernido de este tipo de alfombras.
El dudoso futuro del cementerio de Sainte Geneviève
El Premio Nobel Ivan Bunin, descendientes de los Romanov, el disidente soviético Andréi Amalrik o varios nietos de León Tolstói, también descansan en este cementerio cuyo mantenimiento siempre ha despertado cierta polémica debido a que las autoridades municipales, ya en 1960, reclamaron los terrenos alegando que son necesarios para los servicios públicos.
Y con el conflicto actual entre Rusia y Ucrania —pese a que aquí también hay ucranianos enterrados— la polémica se ha vuelto a avivar, especialmente tras un artículo publicado en Le Monde en el que se dice que la suspensión de la financiación de Moscú —hasta ahora pagaba las concesiones caducadas que quedan sin abonar por las familias propietarias— podría poner en peligro su renovación y mantenimiento.
Y aunque desde Rusia han denunciado que ya se pretenden exhumar los restos de las tumbas no pagadas, las autoridades de Sainte Geneviève des Bois han salido al paso: “La guerra nunca será un pretexto para apagar la llama de nuestra obligación de respetar y recordar a estas personas que ya han partido, cualquiera que sea su nacionalidad”. Que así sea, porque tal y como se suele decir en París, los rusos que llegan a la capital francesa visitan dos cosas: La Torre Eiffel… y el cementerio de Saint Geneviève des Bois.
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